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Notas biográficas de Elena G. de White
me levanté. Todavía me miraban los ojos amorosos de Jesús, cuya
sonrisa inundaba mi alma de alegría. Su presencia despertaba en mí
santa veneración e inefable amor.
El guía abrió la puerta y ambos salimos. Me mandó que volviese
a tomar todo lo que había dejado afuera. Hecho esto, me dio una
cuerda verde fuertemente enrollada. Me encargó que me la colocara
cerca del corazón, y que cuando deseara ver a Jesús la sacara de mi
pecho y la desenrollara por completo. Me advirtió que no la tuviera
mucho tiempo enrollada, pues de tenerla así podría enredarse con
nudos y ser muy difícil de estirar. Puse la cuerda junto a mi corazón
y gozosamente bajé la angosta escalera alabando al Señor y diciendo
a cuantos se cruzaban en mi camino en dónde podrían encontrar a
Jesús.
Este sueño me infundió esperanza. La cuerda verde era para mí
el símbolo de la fe, y en mi alma alboreó la hermosa sencillez de la
confianza en Dios.
Simpatía y amistosos consejos
Entonces le confié a mi madre las tristezas y perplejidades que
experimentaba. Ella tiernamente simpatizó conmigo y me alentó
diciéndome que pidiera consejo al pastor Stockman, quien a la sa-
zón predicaba en Portland la doctrina adventista. Yo tenía mucha
confianza en él, porque era un devoto siervo de Cristo. Al oír mi
historia, él puso afectuosamente la mano sobre mi cabeza y dijo, con
lágrimas en los ojos: “Elena, tú no eres sino una niña. Tu experiencia
es muy singular en una persona de tan poca edad. Jesús debe estar
preparándote para alguna obra especial”.
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Luego me dijo que, aunque fuese yo una persona de edad madura
y me viese acosada por la duda y la desesperación, me diría que
sabía
de cierto que, por el amor de Jesús, había esperanza para mí.
La misma agonía mental era una evidencia positiva de que el Espíritu
de Dios contendía conmigo. Dijo que cuando el pecador se endurece
en sus culpas no se da cuenta de la enormidad de su transgresión,
sino que se lisonjea con la idea de que anda más o menos bien, y que
no corre peligro especial alguno. Entonces el Espíritu del Señor lo
abandona, y lo deja asumir una actitud de negligencia e indiferencia
o de temerario desafío. Este señor bondadoso me habló del amor de