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Comienzo de mis actividades públicas
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en su servicio. Ninguna sombra oscurecía la luz que me revelaba la
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perfecta voluntad de Dios. Sentía la seguridad de que el Salvador
moraba en mí, y comprendía la verdad de lo que Cristo dijera: “El
que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la
vida”.
Juan 8:12
.
La paz y la dicha que yo sentía constituían un tan marcado
contraste con mi anterior melancolía y angustia, que me parecía
haber sido rescatada del infierno y transportada al cielo. Hasta podía
alabar a Dios por el accidente que había sido la desgracia de mi vida,
porque había sido el medio de fijar mis pensamientos en la eternidad.
Como por naturaleza yo era orgullosa y ambiciosa, tal vez no me
habría sentido inclinada a entregar mi corazón a Jesús, de no haber
sido por la dura aflicción que, en cierto modo, me había separado de
los triunfos y vanidades del mundo.
Durante seis meses, ni una sombra oscureció mi ánimo, ni des-
cuidé un solo deber conocido. Todos mis esfuerzos tendían a hacer
la voluntad de Dios, y a recordar de continuo a Jesús y el cielo. Me
sorprendían y arrobaban las claras visiones que tenía acerca de la
expiación y la obra de Cristo. No intentaré explicar más en detalle
las preocupaciones de mi mente; baste decir que todas las cosas vie-
jas habían pasado, y todo había sido hecho nuevo. Ni una sola nube
echaba a perder mi perfecta felicidad. Anhelaba hablar del amor de
Jesús, y no me sentía con disposición de entablar conversaciones
triviales con nadie. Mi corazón estaba tan lleno del amor de Dios, y
de la paz que sobrepuja todo entendimiento, que me gustaba meditar
y orar.
Dando testimonio
La noche después que yo recibiera una bendición tan grande
asistí a la reunión adventista. Cuando les llegó el turno de hablar en
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favor del Señor a los seguidores de Cristo, yo no pude permanecer
en silencio, sino que me levanté para referir mi experiencia. Ni un
solo pensamiento acudió a mi mente acerca de lo que debía decir;
pero el sencillo relato del amor de Jesús hacia mí fluyó libremente
de mis labios, y mi corazón se sintió tan dichoso de verse libre de
sus ataduras de tenebrosa desesperación, que perdí de vista a las
personas que me rodeaban y me pareció estar sola con Dios. A no