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Notas biográficas de Elena G. de White
corazones claman en espera de la gloriosa mañana de la resurrección.
Necesitamos saber que la muerte ha de ser destruida, que los que
duermen serán despertados. Pero por bendita que sea la vida de los
que descansan, necesitamos saber que la persona amada se levantará
a una gloriosa inmortalidad. Y el Señor no nos ha dejado para
llorar como los que no tienen esperanza. ‘De la mano del Seol
los redimiré,—escribe el profeta—; los libraré de la muerte. Oh
muerte, yo seré tu muerte; y seré tu destrucción, oh Seol”. ¡Benditas
palabras!...
De nuevo leo las palabras del profeta Isaías, como se registran
en el capítulo 26: ‘Tus muertos vivirán, sus cadáveres resucitarán.
¡Despertad y cantad, moradores del polvo! Porque tu rocío es cual
rocío de hortalizas, y la tierra dará sus muertos”. La muerte ha de
ser eventualmente destruida, y los que duermen serán despertados...
“De manera que hoy en día, hermanos míos, y especialmente
los que están más dolidos en esta ocasión—los miembros de la
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familia—, os digo: No hemos de llorar como los que no tienen
esperanza. Nuestra hermana, después de setenta y más años de
ferviente, fatigoso y fiel trabajo por el Maestro, descansa ahora en el
sueño final; pero pronto ha de levantarse. ‘Porque el Señor mismo
con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios,
descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero’.
Ella oirá la voz del arcángel, y saldrá... Ojalá que nosotros, como
nuestra querida hermana, sigamos ‘al Cordero por dondequiera que
va’. Y cuando pronto nuestras labores hayan terminado, como el gran
apóstol podamos decir: ‘He peleado la buena batalla, he acabado la
carrera, he guardado la fe’”.
Con la entonación de un himno y la oración de despedida por el
pastor E. W. Farnsworth, se clausuró el servicio conmemorativo de
Richmond.
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