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Notas biográficas de Elena G. de White
tan débil que me veía obligada a quedar sentada y apoyada en la
cama para realizar mi labor. Pero día tras día estuve allí dichosa de
que mis dedos temblorosos pudiesen contribuir en algo a la causa
que tan tiernamente amaba. Veinticinco centavos diarios era cuanto
podía ganar. ¡Cuán cuidadosamente guardaba las preciosas monedas
de plata que recibía en pago de mi trabajo y que estaban destinadas
a comprar publicaciones con que iluminar y despertar a los que se
hallaban en tinieblas!
No sentía ninguna tentación de gastar mis ganancias en mi satis-
facción personal. Mi vestido era sencillo, y nada invertía en adornos
superfluos, porque la vana ostentación me parecía pecaminosa. Así
lograba tener siempre en reserva una pequeña suma con que comprar
libros adecuados, que entregaba a personas expertas para que los
enviasen a diferentes regiones.
Cada hoja impresa tenía mucho valor a mis ojos; porque era para
el mundo un mensaje de luz, que lo exhortaba a que se preparase
para el gran acontecimiento cercano. La salvación de las almas
era mi mayor preocupación, y mi corazón se dolía por quienes se
lisonjeaban de vivir con seguridad mientras que se daba al mundo el
mensaje de admonición.
El tema de la inmortalidad
Un día escuché una conversación entre mi madre y una hermana,
con referencia a un discurso que recientemente habían oído acerca
de que el alma no es inmortal por naturaleza. Repetían algunos textos
que el pastor había usado como prueba de su afirmación. Entre ellos
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recuerdo los siguientes, que me impresionaron profundamente: “El
alma que pecare, esa morirá”.
Ezequiel 18:4
. “Los que viven saben
que han de morir; pero los muertos nada saben”.
Eclesiastés 9:5
.
“La cual a su tiempo mostrará el bienaventurado y solo Soberano,
Rey de reyes, y Señor de señores, el único que tiene inmortalidad”.
1
Timoteo 6:15-16
. “El cual pagará a cada uno conforme a sus obras:
vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y
honra e inmortalidad”.
Romanos 2:6-7
.
Y oí a mi madre que decía, comentando este último pasaje: “¿Por
qué habrían de buscar ellos lo que ya tienen?”