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Llamada a viajar
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estos santos seres repetía las palabras: “Comunica a los demás lo
que te he revelado”.
El Hno. Pearson, que no podía arrodillarse porque padecía de
reumatismo, presenció este suceso. Cuando recobré el sentido se
levantó el Hno. Pearson de su silla y dijo: “He visto algo como jamás
esperaba ver. Una bola de fuego descendió del cielo e hirió a la Hna.
Elena Harmon en medio del corazón.
¡Lo he visto! ¡Lo he visto!
Nunca podré olvidarlo. Esto ha transmutado todo mi ser. Hna. Elena,
tenga ánimo en el Señor. Desde esta noche yo no volveré a dudar.
Nosotros le ayudaremos en adelante sin desanimarla jamás”.
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Temor de engreimiento
Me oprimía el gran temor de que, si respondía al llamamiento
del deber y me declaraba favorecida por el Altísimo con visiones y
revelaciones para comunicarlas a las gentes, era posible que cayese
en pecaminoso engreimiento y quisiera elevarme a un puesto más
alto del que me correspondía, con lo cual me acarrearía el disgusto
de Dios y la pérdida de mi alma. Conocía algunos casos por el estilo,
y mi corazón rehuía la tremenda prueba.
Por lo tanto, rogué al Señor que si había de ir a relatar lo que
él me había mostrado, era preciso que me resguardara de indebida
exaltación. El ángel dijo: “Tus oraciones han sido oídas y tendrán
respuesta. Si te amenaza el mal que temes, extenderá Dios su mano
para salvarte. Por medio de la aflicción, te atraerá a sí y conservará
tu humildad. Comunica fielmente el mensaje. Persevera hasta el fin
y comerás del fruto del árbol de vida y beberás del agua de vida”.
Al recobrar la conciencia de las cosas de este mundo, me en-
tregué al Señor dispuesta a cumplir sus mandatos, fueran lo que
fuesen.
Entre los creyentes de Maine
No pasó mucho tiempo antes que el Señor me abriese el camino
para ir con mi cuñado a ver a mis hermanas que estaban en Poland,
punto distante cincuenta kilómetros de mi casa, y allí tuve ocasión
de dar testimonio. Hacía tres meses que estaba muy delicada de la
garganta y los pulmones, de modo que apenas podía hablar, y eso