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Notas biográficas de Elena G. de White
mero, que creía que en su pasada experiencia habían sido guiados
por la providencia de Dios. Se nos condujo hacia dos hombres que
en forma especial tenían puntos de vista similares a los nuestros.
Hallamos que había mucho prejuicio contra estos hombres, pero
suponíamos que ellos eran perseguidos por causa de la justicia. Los
visitamos, y fuimos recibidos con bondad y tratados con cortesía.
Pronto nos dimos cuenta de que ellos pretendían poseer una san-
tificación perfecta, y declaraban que estaban por encima de toda
posibilidad de pecado.
Estos hombres vestían excelentes trajes, y tenían un aire de na-
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turalidad y soltura. Mientras hablábamos con ellos, un niño de ocho
años de edad, vestido literalmente de harapos, entró en la habitación
en la cual estábamos sentados. Nos sorprendimos al descubrir que
este niño era el hijo de uno de estos hombres. La madre parecía
excesivamente avergonzada y molesta; pero el padre, totalmente
despreocupado, continuó hablando de sus elevadas conquistas espi-
rituales, sin prestar la menor atención a su hijito.
Su santificación de repente perdió todo encanto a mis ojos. En-
tregado a la oración y la meditación, y rehuyendo toda la carga y las
responsabilidades de la vida, este hombre había dejado de proveer
a las necesidades presentes de su familia y de dar a sus hijos una
atención paternal. Parecía olvidar que cuanto mayor es nuestro amor
a Dios, más fuerte debe ser nuestro amor y nuestro cuidado por
aquellos que él nos ha dado. El Salvador nunca enseñó la ociosidad
y la devoción abstracta a costa de descuidar los deberes que nos
conciernen directamente.
Este esposo y padre declaró que el logro de la verdadera santidad
guiaba a la mente hasta estar por encima de todo pensamiento terre-
nal. Sin embargo, él todavía se sentaba a la mesa y comía alimentos
temporales. No era alimentado por un milagro. Alguien debía pro-
veer el alimento que él consumía, aunque él se preocupaba poco por
este asunto, pues su tiempo era enteramente dedicado a las cosas
espirituales. No pasaba así con su esposa, sobre la cual descansaba la
carga de la familia. Ella trabajaba con ahínco en todo tipo de trabajo
de la casa para mantener todo en orden. Su esposo declaró que ella
no estaba santificada, y que ella permitía que las cosas mundanas
desviaran su mente de los temas religiosos.
Pensé en nuestro Salvador, que trabajó en forma tan incansable
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