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Capítulo 14—Lucha con la pobreza
El 26 de agosto de 1847, nació en Gorham, Maine, nuestro hijo
primogénito, Enrique Nicolás White. En el mes de octubre, el Hno.
y la Hna. Howland, de Topsham, nos ofrecieron amablemente una
parte de su casa que nosotros aceptamos gozosos, y nos instalamos
con muebles prestados. Eramos pobres y preveíamos tiempos difíci-
les. Habíamos resuelto no depender de manos ajenas sino valernos
por nosotros mismos, y tener algo con que ayudar al prójimo. Sin
embargo, no prosperamos. Mi marido trabajaba penosamente en
acarrear piedra para la vía férrea, pero no pudo obtener lo que se le
debía por su labor. Los Hnos. Howland compartían generosamente
con nosotros cuanto les era posible; pero también ellos pasaban
penurias. Creían plenamente en el primer mensaje y en el segundo,
y liberalmente contribuyeron con sus recursos al adelanto de la obra
hasta verse precisados a vivir de su trabajo diario.
Mi esposo dejó de acarrear piedra y con su hacha se fue al bosque
para cortar leña. Con un dolor continuo en su costado trabajaba desde
el alba hasta el oscurecer, ganando con ello unos cincuenta centavos
diarios. No obstante, nos esforzamos en mantenernos de buen ánimo
y en confiar en el Señor. Yo no murmuré. Por la mañana, daba gracias
a Dios de que nos hubiese conservado la vida durante otra noche, y
por la noche le agradecía que nos hubiese guardado durante otro día.
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Un día que no teníamos nada para comer, mi esposo fue a ver a su
empleador para pedirle dinero o provisiones. El día era tormentoso y
tuvo que andar cinco kilómetros de ida y otros tantos de vuelta bajo
la lluvia. Vino a casa cargado con un saco de provisiones dividido en
diferentes compartimientos, y así cruzó por el pueblo de Brunswick,
donde a menudo había dado conferencias. Al verlo entrar en casa,
muy fatigado, sentí desfallecer mi corazón. Mi primera idea fue que
Dios nos había desamparado. Le dije a mi esposo: “¿A esto hemos
llegado? ¿Nos ha dejado el Señor?” No pude contener las lágrimas,
y lloré amargamente largo rato hasta desmayarme. Oraron por mí.
Pronto noté la placentera influencia del Espíritu de Dios y deploré
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