Página 196 - Nuestra Elevada Vocacion (1962)

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Gozo en el servicio humilde, 29 de junio
Señor, ¿qué quieres que haga?
Hechos 9:6
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No importa cuál sea nuestra posición, o cuán limitadas sean nuestras ca-
pacidades, tenemos que hacer una obra para el Maestro. Nuestras gracias se
desarrollan y maduran mediante el ejercicio. Con la verdad de Dios ardiendo
en el alma no podemos estar ociosos. La felicidad que experimentaremos al
obrar, compensará aun en esta vida todo esfuerzo realizado. Únicamente aque-
llos que han experimentado la felicidad que resulta del esfuerzo de la negación
del yo en el servicio de Cristo, pueden hablar de esto con comprensión. En
realidad, es un gozo tan puro y tan profundo que el lenguaje humano no puede
expresarlo.
“... A través del día pasajero de la vida hay una obra especial se-
ñalada para vosotros; puede ser la más humilde, puede ser tal, que
las capacidades más bajas la realicen. Pero nadie, fuera de voso-
tros, puede hacer vuestra obra. ‘¿Qué quieres que haga?’ Trabajad
con empeño por la gloria de vuestro Redentor, trabajad por él.
Iluminados a cada instante desde arriba, esforzaos por glorificar a
Dios en cada acción, sin permitir que ningún pensamiento egoísta
disminuya el esplendor de la vida”. ...
Podemos tener a Cristo con nosotros mientras realizamos nuestras tareas
diarias. Dondequiera que estemos, en cualquier cosa que estemos empeñados,
podemos obrar con elevación porque estamos unidos a Cristo. Podemos reali-
zar nuestros humildes deberes de la vida ennoblecidos y santificados mediante
la seguridad del amor de Dios.
Trabajando en las tareas más humildes por principio, las investimos de
dignidad. El conocimiento de que en realidad somos los siervos de Cristo pro-
porcionará un elevado tono de carácter a nuestros deberes—seremos siempre
pacientes, corteses y gozosos. ...
Si la gente ve que tenéis principios firmes, que sois osados en el cumpli-
miento del deber, celosos, procurando ejemplificar a Cristo en vuestro trabajo
diario, y que sin embargo sois humildes, mansos, corteses y tiernos, pacientes
y perdonadores, listos para sufrir y para perdonar las injurias, seréis epístolas
vivientes conocidas y leídas por todos los hombres.—
Carta 9, 1873, pp. 5, 6
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