Página 215 - Nuestra Elevada Vocacion (1962)

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Con los ojos de la fe, 16 de julio
Alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál sea
la esperanza de su vocación, y cuáles las riquezas de la gloria de su
herencia en los santos.
Efesios 1:18
.
La más elevada calificación de la mente no reemplazará, no puede reem-
plazar, el lugar de la verdadera sencillez y de la piedad genuina. La Biblia debe
estudiarse como debiera estudiarse una rama de la ciencia humana; pero su
hermosura, la evidencia de su poder para salvar el alma que cree es una lección
que nunca podrá aprenderse de esta manera. Si no se manifiestan en la vida las
cosas prácticas de la Palabra, entonces la espada del Espíritu no ha herido el
corazón natural. Se ha escudado con una fantasía poética. El sentimentalismo
lo ha rodeado de tal manera que el corazón no ha sentido suficientemente la
agudeza de su filo, horadando y cortando los altares pecaminosos donde se
adora el yo. ...
Los ojos de los entendidos deben ser iluminados, y el corazón y la mente
puestos en armonía con Dios, quien es verdad. Quien contempla a Jesús
con los ojos de la fe no ve ninguna gloria en sí mismo, porque la gloria del
Redentor se refleja en la mente y el corazón. Comprende la expiación de su
sangre y el perdón de los pecados conmueve su corazón con gratitud.
Siendo justificado por Cristo, el recibidor de la verdad es constreñido a
realizar una entrega completa a Dios, y es admitido en la escuela de Cristo
para poder aprender de Aquel que es manso y humilde de corazón. Conoce am-
pliamente el amor de Dios y exclama: ¡Oh, qué amor! ¡Qué condescendencia!
Posesionándose de las ricas promesas por la fe, se convierte en un participante
de la naturaleza divina. Su corazón se vacía del yo, y las aguas de la verdad
entran en él; la gloria del Señor brilla en él. Contemplando perpetuamente a
Jesús, lo humano es asimilado por lo divino. El creyente es transformado a su
semejanza. ... El carácter humano es cambiado en divino.—
Manuscrito 12,
pp. 3-5
.
Cristo contempla a su pueblo en su pureza y perfección como una recom-
pensa de todos sus sufrimientos, su humillación y su amor, y el suplemento
de su gloria—Cristo el gran centro, del cual irradia toda gloria.—
The Review
and Herald, 22 de octubre de 1908
.
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