Página 225 - Nuestra Elevada Vocacion (1962)

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“Santos, siempre más santos”, 26 de julio
Porque la voluntad de Dios es vuestra santificación.
1 Tesalonicenses 4:3
.
Nuestra santificación es el objeto que Dios busca en todo su trato con
nosotros. Nos ha elegido desde la eternidad para que fuéramos santos. Cristo
se dió a sí mismo para lograr nuestra redención, para que mediante la fe en su
poder para salvar del pecado pudiéramos ser hechos completos en él.
Como cristianos hemos prometido cumplir la responsabilidad que nos
ha encomendado, y mostrar al mundo que estamos en una estrecha relación
con Dios. Así Cristo puede ser representado y honrado mediante las buenas
palabras y las obras de sus discípulos.
Dios espera de nosotros una perfecta obediencia a su ley. Esta ley es el eco
de su voz que nos dice: Santos, sí, siempre más santos. Desead la plenitud de
la gracia de Cristo, sí, anhelad—sentid hambre y sed—la justicia. La promesa
es: “Y os hartaréis”. Que vuestro corazón se llene del anhelo de su justicia. ...
Dios ha declarado llanamente que espera que seamos perfectos, y debido
a que espera esto, él ha hecho provisión para que seamos participantes de la
naturaleza divina. Únicamente así tendremos éxito en la lucha por la vida
eterna. Se concede poder mediante Cristo. “Mas a todos los que le recibieron,
dióles potestad de ser hechos hijos de Dios, a los que creen en su nombre”.
Juan 1:12
.
El pueblo de Dios debe reflejar ante el mundo los brillantes rayos de su
gloria. Pero a fin de hacer esto, deben colocarse donde estos rayos puedan
iluminarlos. Deben cooperar con Dios. El corazón debe ser limpiado de todo
lo que conduce al mal. La Palabra de Dios debe estudiarse con un sincero
deseo de obtener de ella poder espiritual. El Pan del cielo debe comerse y
asimilarse hasta que llegue a ser una parte de la vida. Así obtenemos la vida
eterna. Así se contesta la oración de Cristo: “Santifícalos en tu verdad: tu
palabra es verdad”.
Juan 17:17
.
“Porque la voluntad de Dios es vuestra santificación”. ¿Es vuestra voluntad
que vuestros deseos e inclinaciones sean puestos en armonía con la mente
divina?—
The Review and Herald, 28 de enero de 1904
.
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