Página 24 - Nuestra Elevada Vocacion (1962)

Basic HTML Version

Una norma más elevada, 15 de enero
El ladrón no viene sino para hurtar, y matar, y destruir: yo he venido
para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia.
Juan 10:10
.
¡Cuánta plenitud se expresa en estas palabras: “Yo soy la luz del mundo”.
Juan 8:12
. “Yo soy el pan de vida”.
Juan 6:35
. “Yo soy el Camino, y la Verdad,
y la Vida”.
Juan 14:6
. “Yo soy el Buen Pastor”.
Juan 10:14
. “Yo he venido
para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”.
Juan 10:10
. Esta es
la vida que debemos tener, y debemos tenerla
más abundantemente
. Dios dará
su vida a cada alma que muera al yo, y viva para Cristo. Pero se requiere para
ello un completo renunciamiento al yo. A menos que ocurra esto, seguiremos
llevando con nosotros el pecado que destruye nuestra felicidad. Pero cuando se
crucifica el yo, Cristo vive en nosotros, y el poder del Espíritu asiste nuestros
esfuerzos.
Yo quisiera que llegáramos a ser lo que Dios quiere que seamos: todos luz
en el Señor. Necesitamos alcanzar una norma más elevada, pero no lo logra-
remos hasta que pongamos sobre el altar nuestro yo, hasta que permitamos
que el Espíritu Santo nos controle, modelándonos de acuerdo con la similitud
divina. Necesitamos consagrar diariamente nuestro ser al servicio de Dios.
Debemos acudir hacia Dios con fe. ... Necesitamos humillarnos nosotros mis-
mos delante de Dios. Es el yo con quien primero tenemos que tratar. Hagamos
una estrecha crítica del corazón. Escudriñémoslo, para descubrir qué es lo
que impide el libre acceso del Espíritu Santo. Necesitamos recibir el Espíritu
Santo. Entonces tendremos poder para prevalecer con Dios.
No basta el mero asentimiento de la verdad. Debemos vivir diariamente
la verdad. Debemos encerrarnos con Dios, y entregarle todo a él. No es
suficiente escuchar las grandes verdades de la Palabra. Podemos formularnos
la pregunta: “¿Mora Cristo en mi corazón por fe?” Sólo él puede mostrarnos
nuestra necesidad y revelarnos la dignidad y la gloria de la verdad. En el
altar del sacrificio propio—el lugar designado para el encuentro de Dios y
el alma—recibimos de la mano de Dios la antorcha celestial, que busca el
corazón, revelando su gran necesidad de un Cristo perdurable.—
Manuscrito
9, 1899
.
[24]
20