Página 324 - Nuestra Elevada Vocacion (1962)

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Energía en la carrera cristiana, 29 de octubre
¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren,
mas uno lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis. Y todo
aquel que lucha, de todo se abstiene: y ellos, a la verdad, para recibir
una corona corruptible, mas nosotros, incorruptible.
1 Corintios 9:24,
25
.
A fin de rendir a Dios un servicio perfecto debemos tener una clara per-
cepción de su voluntad. Esto requiere de nosotros que utilicemos únicamente
alimento sano, preparado de una manera sencilla, para que los finos nervios del
cerebro no sean perjudicados, haciendo imposible que discernamos el valor
de la expiación, y el valor inapreciable de la sangre purificadora de Cristo. ...
Si los hombres se someten a la temperancia en todas las cosas sólo por
obtener un objeto no más elevado que una corona perecedera, cuánto más
temperantes debieran ser aquellos que profesan buscar no sólo una corona
inmarcesible de gloria inmortal, sino una vida que debe durar tanto como
el trono de Jehová. ... Los atractivos presentados a aquellos que corren en
la carrera cristiana, ¿no debieran inducirlos a practicar la abnegación y la
temperancia en todas las cosas? ...
Con fervor e intensidad de deseo por hacer la voluntad de Dios, deberíamos
exceder el celo de aquellos que se ocupan en cualquier otra empresa, en un
grado tanto mayor cuanto más elevado es el valor del objeto que tratamos de
alcanzar. El tesoro que procuramos asegurarnos es imperecedero, inmortal, y
glorioso sobre todas las cosas; aquello que los mundanos persiguen no dura
sino un día. ...
Nuestro gran anhelo no debiera consistir en tener éxito en este mundo, sino
la carga de nuestras almas debería ser: ¿Cómo puedo asegurar el mundo mejor?
¿Qué debo hacer para ser salvo? ... La posición a que todos deben llegar debe
ser valorar la salvación más que las ganancias terrenas, considerar todo como
pérdida para que puedan ganar a Cristo. La consagración debe ser completa.
Dios no admitirá ninguna reserva, ningún sacrificio dividido, ningún ídolo.
Todo debe morir al yo y al mundo. Entonces cada uno de nosotros renueve
su consagración diariamente a Dios. La vida eterna vale un esfuerzo de toda
la vida, perseverante e incansable.—
The Review and Herald, 18 de marzo de
1880, pp. 178
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