Página 380 - Nuestra Elevada Vocacion (1962)

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La cruz antes de la corona, 21 de diciembre
Y también todos los que quieren vivir píamente en Cristo Jesús,
padecerán persecución.
2 Timoteo 3:12
.
Debemos fortalecer nuestra fe y avivar nuestro amor yendo a menudo a
los pies de la cruz, y contemplando allí la humillación de nuestro Salvador.
¡Contemplad la Majestad del cielo sufriendo como un transgresor! Su pureza
inmaculada y su justicia sin mancha no lo escudaron de la falsedad y el repro-
che. El llevó humildemente la oposición de los pecadores, y entregó su vida
para que nosotros pudiéramos ser perdonados y vivir para siempre. ¿Queremos
seguir en sus pisadas? La única razón por la cual ahora no sufrimos una mayor
persecución es porque en nuestras vidas no ejemplificamos más fielmente la
vida de Cristo. Os aseguro, hermanos y hermanas, que si anduvierais como él
anduvo sabríais qué es ser perseguido y reprochado por causa de él.
Si esperamos llevar la corona, debemos esperar llevar la cruz. Nuestras
mayores pruebas vendrán de aquellos que profesan la piedad. Así sucedió con
el Redentor del mundo; y así acontecerá con sus seguidores. ... Aquellos que
anhelan ganar la corona de vida eterna no necesitan sorprenderse o desanimar-
se debido a que a cada paso hacia la Canaán celestial encuentran obstáculos y
pruebas. ...
El Salvador sabe qué es lo mejor. La fe crece en la lucha contra la duda, las
dificultades y las pruebas. La virtud se fortalece resistiendo a la tentación. La
vida del soldado fiel es una batalla y una marcha. No hay reposo, compañero
peregrino, en este lado de la Canaán celestial. ... Pero Juan en su santa visión
contempla a las almas fieles que salen de la tribulación rodeando el trono
de Dios, vestidas de vestidos blancos, y coronadas de gloria inmortal. ¿Qué
importa que hayan sido consideradas como la basura de la tierra? En el juicio
investigador sus vidas y sus caracteres son puestos a consideración delante de
Dios, y ese solemne tribunal cambia la decisión de sus enemigos. Su fidelidad
a Dios y a su Palabra permanece manifiesta, y se les conceden los más altos
honores del cielo en la lucha contra el pecado y Satanás.—
The Review and
Herald, 28 de agosto de 1883
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