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Obreros Evangélicos
El tema de la pureza y el comportamiento correcto es digno de
ser considerado. Debemos ponernos en guardia contra los pecados
de esta era de degeneración. No desciendan los embajadores de Cris-
to a conversaciones triviales, a familiaridades con mujeres, ya sean
casadas o solteras. Conserven su debido lugar con digno decoro, aun-
que sean al mismo tiempo sociables, bondadosos y corteses. Deben
mantenerse alejados de cuanto sepa a vulgaridad y familiaridad. Este
es un terreno prohibido, sobre el cual es peligroso asentar los pies.
Cada palabra, cada acto, debe tender a elevar, refinar y ennoblecer.
Hay pecado en ser irreflexivo acerca de tales asuntos.
Pablo instaba a Timoteo a meditar en aquellas cosas que son
puras y excelentes, para que su progreso fuese manifiesto a todos.
Los hombres del siglo presente necesitan en gran manera el mis-
mo consejo. Ruego a nuestros obreros que vean cuán necesario es
que haya pureza en todo pensamiento, en todo acto. Tenemos una
responsabilidad individual ante Dios, una obra individual que nadie
puede hacer por nosotros, a saber, la de luchar por mejorar al mundo.
Aunque debemos cultivar la sociabilidad, no lo hagamos meramente
para divertirnos, sino con un propósito más elevado.
¿No suceden en derredor nuestro bastantes cosas para demostrar-
nos cuán necesaria es esta cautela? Por doquiera se ven náufragos
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de la humanidad, altares de familia derruidos, hogares arruinados.
Existe un extraño abandono de los buenos principios, el nivel de la
moralidad se rebaja, y la tierra se está convirtiendo rápidamente en
una gran Sodoma. Las costumbres que atrajeron el juicio de Dios
sobre el mundo antediluviano, y causaron la destrucción de Sodoma
por el fuego, toman rápido incremento. Nos estamos acercando al
fin, en el cual la tierra será purificada por fuego.
Apártense de toda iniquidad aquellos en cuyas manos Dios puso
la luz de la verdad. Anden ellos en sendas de rectitud, dominando
toda pasión y costumbre que de alguna manera estorbaría la obra de
Dios, o dejaría una mancha sobre su carácter sagrado. Es deber del
predicador resistir las tentaciones que hay en su camino, elevarse por
encima de aquellas degradaciones que arrastran la mente a un nivel
bajo. Velando y orando, puede guardar de tal manera sus puntos
más débiles que llegarán a ser los más fuertes. Por la gracia de
Cristo, los hombres pueden adquirir valor moral, fuerza de voluntad
y estabilidad de propósito. Hay en esta gracia poder para habilitarlos