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Obreros Evangélicos
—No es justo que nosotros trabajemos acá; Vd. encontró este
lugar y la fruta es suya.
Pero yo repliqué:—Esto no importa nada. Juntad fruta donde-
quiera que la encontréis. Este es el campo de Dios, y la fruta le
pertenece; es privilegio de Vds. juntarla.
Pero no tardé en estar sola otra vez. A cada rato oía conversar y
reír al lado del carro.
—¿Qué están haciendo?—pregunté en alta voz a los que estaban
allí.
—No podíamos hallar fruta—contestaron,—y como estábamos
cansados y con hambre, pensamos venir al carro y comer. Después
de descansar un rato, saldremos otra vez.
—Pero—dije yo,—no trajeron nada todavía. Están comiendo
todas nuestras provisiones, sin habernos dado nada. Yo no puedo
comer ahora hay demasiada fruta que juntar. Vds. no la encontraron
porque no la buscaron con bastante detenimiento. No cuelga en el
exterior de los matorrales; hay que buscarla con atención. Es cierto
que no se puede juntar a puñados; pero mirando con cuidado entre
las fresas verdes, encontrarán fruta escogida.
Mi pequeño recipiente no tardó en estar lleno, y lo llevé al carro.
Dije:
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—Es la fruta más hermosa que haya escogido en mi vida, y la
junté aquí cerca, mientras que Vds. se cansaron buscando lejos sin
éxito.
Todos vinieron entonces para ver mi fruta. Dijeron:
—Estas son fresas de matorrales altos, firmes y buenos. No
pensábamos que pudiese hallarse algo en los matorrales altos, así
que buscamos tan sólo fresas de matorrales bajos, y hallamos unas
pocas.
—¿Quieren Vds. guardar esta fruta, y luego venir conmigo a
buscar más en los matorrales altos?—pregunté entonces.
Pero no habían hecho preparativos para guardar la fruta. Había
platos y bolsas en abundancia, pero los habían empleado en contener
alimentos. Me cansé de esperar y finalmente pregunté:
—¿No vinieron Vds. para juntar fruta? ¿Por qué no están prepa-
rados para guardarla?
—Hermana White—me respondió un miembro del grupo,—en
realidad no esperábamos encontrar fruta donde había tantas casas,