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Obreros Evangélicos
entren en su obra, no con jactancia ni con suficiencia propia, sino con
la plena seguridad de la fe, percatándose de que siempre necesitarán
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la ayuda de Cristo para saber cómo tratar con las mentes.
El fervor
Hay necesidad de mayor fervor. El tiempo transcurre rápida-
mente, y se necesitan hombres que estén dispuestos a trabajar como
trabajaba Cristo. No es suficiente vivir una vida tranquila, de oración.
La meditación sola no satisfará la necesidad del mundo. La religión
no ha de reducirse a una influencia subjetiva en nuestra vida. Hemos
de ser cristianos alertas, enérgicos, fervientes, llenos de un deseo de
dar la verdad a otros.
La gente necesita oír las buenas nuevas de la salvación por la
fe en Cristo, y por esfuerzos fervientes y fieles se le ha de dar el
mensaje. Se ha de buscar a las almas, orar y trabajar por ellas. Deben
hacerse fervientes llamados, y elevarse ardientes oraciones. Nuestras
oraciones tibias y sin vida deben ser cambiadas en oraciones de
intenso fervor.
La fidelidad
El carácter de muchos de los que profesan la piedad es imperfec-
to y desparejo. Ellos demuestran que como alumnos de la escuela de
Cristo han aprendido muy imperfectamente sus lecciones. Algunos,
que han aprendido a imitar a Cristo en mansedumbre, no manifiestan
su diligencia en hacer lo bueno. Otros son activos y celosos, pero
son jactanciosos; nunca aprendieron a ser humildes. Hay aun otros
que dejan a Cristo fuera de su trabajo. Pueden tener modales agra-
dables; tal vez demuestren simpatía para con sus semejantes; pero
sus corazones no se concentran en el Salvador, ni han aprendido el
lenguaje del cielo. No oran como oraba Cristo; no estiman las almas
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como él las estimaba; no han aprendido a soportar las penurias en
sus esfuerzos por salvar almas. Algunos, sabiendo poco del poder
transformador de la gracia, se vuelven egotistas, criticones, duros.
Otros son plásticos y complacientes, y se inclinan a uno y otro lado
para agradar a sus semejantes.