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“Que prediques la palabra”
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Como agudas saetas
Las palabras de Cristo eran como agudas saetas, que iban al
blanco y herían los corazones de sus oyentes. Cada vez que se di-
rigía a la gente, fuese su auditorio grande o pequeño, sus palabras
tenían efecto salvador sobre el alma de alguno. Ningún mensaje que
pronunciasen sus labios se perdía. Cada palabra suya imponía una
nueva responsabilidad a los que la oían. Y hoy día los predicadores
que dan el último mensaje de misericordia al mundo con toda since-
ridad, fiando en que Dios les dará fuerza para hacerlo, no necesitan
temer que sus esfuerzos resulten vanos. Aunque ningún ojo humano
pueda ver la trayectoria de la saeta de verdad, ¿quién puede decir
que ella no dió en el blanco, y atravesó el alma de aquellos que
escucharon? Aunque ningún oído humano oyó el clamor del alma
herida, la verdad penetró silenciosamente en el corazón. Dios habló
al alma; y en el día del ajuste final de cuentas, sus fieles ministros se
presentarán con los trofeos de la gracia redentora, para dar honor a
Cristo.
Nadie puede decir cuánto se pierde por intentar predicar sin la
unción del Espíritu Santo. En toda congregación hay almas que
vacilan, casi decididas a entregarse completamente a Dios. Se hacen
decisiones; pero demasiado a menudo el predicador no tiene el
espíritu y poder del mensaje, y no hace llamados directos a los que
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están temblando en la balanza.
En esta época de tinieblas morales, se requerirá algo más que
una árida teoría para conmover las almas. Los predicadores deben
estar en viva conexión con Dios. Al predicar deben hacer ver que
creen lo que dicen. Las verdades vivientes que salgan de los labios
del hombre de Dios, harán temblar a los pecadores, y clamar a los
convencidos: Jehová es mi Dios; estoy resuelto a estar enteramente
del lado del Señor.
Nunca debe el mensajero de Dios cesar de luchar por más luz y
poder. Debe proseguir trabajando, orando, esperando, en medio del
desaliento y las tinieblas, resuelto a obtener un cabal conocimiento
de las Escrituras y a no quedarse atrasado en ningún don. Mientras
haya un alma que beneficiar, debe proseguir hacia adelante con nuevo
valor en todo esfuerzo. Puesto que Jesús dijo: “No te desampararé,