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Obreros Evangélicos
el corazón contrito, porque no les han sido declaradas las claras y
agudas verdades de la Palabra de Dios.
Muchos de aquellos que profesan creer la verdad dirían, si ex-
presasen sus verdaderos sentimientos: ¿Qué necesidad hay de hablar
tan claramente? Con igual razón podrían preguntar: ¿Qué necesidad
tenía Juan el Bautista de decir a los fariseos: “Generación de víboras,
¿quién os ha enseñado a huir de la ira que vendrá?
¿Qué necesidad
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tenía de provocar la ira de Herodías diciendo a Herodes que no le era
lícito vivir con la esposa de su hermano? Perdió la vida por haber
hablado tan claramente. ¿Por qué no podría haber seguido adelante
sin incurrir en la ira de Herodías?
Así han venido arguyendo los hombres, hasta que por fin la
política reemplazó a la fidelidad. Se tolera el pecado sin reprenderlo.
¿Cuándo se volverá a oír en la iglesia la voz de fiel reprensión:
“Tú eres aquel hombre”
Si estas palabras no fuesen tan escasas,
veríamos más del poder de Dios. Los mensajeros del Señor no deben
quejarse de que sus esfuerzos sean infructuosos antes de haberse
arrepentido de su amor por la aprobación, su deseo de agradar a
los hombres, que los induce a suprimir la verdad, y a clamar: Paz,
cuando Dios no ha hablado de paz.
¡Ojalá que todo ministro de Dios se diese cuenta de la santidad
de su obra y del carácter sagrado de su vocación! Como mensajeros
divinamente señalados, los predicadores se hallan en una posición
de terrible responsabilidad. Han de trabajar en lugar de Cristo como
mayordomos de los misterios del cielo, animando a los obedientes y
amonestando a los desobedientes. Las normas de conducta munda-
nas no han de influir en su proceder. Nunca han de desviarse de la
senda en que Jesús les ordenó que anduviesen. Han de salir con fe,
recordando que están rodeados de una nube de testigos. No han de
hablar sus propias palabras, sino las palabras que Uno que es mayor
que los potentados de la tierra les ha ordenado hablar. Su mensaje
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ha de ser: “Así dice Jehová.”
Dios llama a hombres que, como Natán, Elías y Juan, proclamen
intrépidamente su mensaje, sin reparar en las consecuencias; que
digan la verdad, aun a costa del sacrificio de cuanto tengan.
Mateo 3:7
.
Véase
2 Samuel 12:7
.