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Obreros Evangélicos
ni te dejaré,
mientras que la corona de justicia sea ofrecida al
vencedor, mientras que nuestro Abogado interceda por el pecador,
los ministros de Cristo deben trabajar con energía incansable y llena
de esperanza, y fe perseverante.
Los hombres que asumen la responsabilidad de dar al pueblo
la palabra hablada por Dios, se hacen también responsables de la
influencia que ejercen sobre sus oyentes. Si son verdaderos hombres
de Dios, sabrán que la predicación no tiene por objeto entretener ni
meramente impartir información, o convencer el intelecto.
La predicación de la palabra debe dirigirse al intelecto e impartir
conocimiento, pero debe hacer algo más que esto. Las expresiones
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del predicador, para ser eficaces, deben alcanzar los corazones de sus
oyentes. No debe introducir historias divertidas en su predicación.
Debe esforzarse por comprender la gran necesidad y los intensos
anhelos del alma. Al presentarse ante su congregación, recuerde él
que hay entre sus oyentes quienes luchan con la duda, casi deses-
perados; quienes, constantemente acosados por la tentación, están
peleando una fiera batalla con el adversario de las almas. Pida él
al Salvador palabras que fortalezcan a estas almas para el conflicto
contra el mal.
* * * * *
Al tratar de corregir o reformar a los demás, debemos cuidar
nuestras palabras. Serán un sabor de vida para vida, o de muerte
para muerte. Al dar reprensiones o consejos, muchos se permiten
hablar mordaz y severamente, palabras no apropiadas para sanar el
alma herida. Por estas expresiones imprudentes se crea un espíritu
receloso, y a menudo los que yerran se sienten impulsados a la
rebelión.
Todos los que defienden los principios de la verdad necesitan
recibir el celestial aceite del amor. En todas las circunstancias la
reprensión debe ser hecha con amor. Entonces nuestras palabras
reformarán, sin exasperar. Cristo suplirá por su Espíritu Santo la
fuerza y el poder. Esta es su obra.
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Hebreos 13:5
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