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Obreros Evangélicos
los resultados de vuestra labor pueden multiplicarse por mil. No
dejéis que decaigan vuestra fe y valor cuando veáis los asientos
vacíos; mas acordaos de lo que Dios está haciendo para presentar
su verdad al mundo. Recordad que estáis cooperando con agentes
divinos—agentes que nunca fracasan. Hablad con tanto fervor, fe e
interés como si hubiese millares para oír vuestra voz.
Cierto predicador entró en su capilla para predicar una mañana
de lluvia, y encontró que tenía un solo hombre como auditorio. Pero
no quiso chasquear a su oyente, y le predicó con fervor e interés.
Como resultado el hombre se convirtió, y llegó a ser un misionero
por cuyos esfuerzos miles oyeron las buenas nuevas de la salvación.
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Sermones cortos
—Preséntese el mensaje para este tiempo, no
en discursos largos y complicados, sino en alocuciones cortas y
directas. Los sermones largos agotan la fuerza del predicador y la
paciencia de sus oyentes. El predicador que siente la importancia de
su mensaje, tendrá cuidado especial de no recargar sus facultades
físicas ni dar a la gente más de lo que puede recordar.
No penséis, cuando hayáis tratado un tema una vez, que vuestros
oyentes retendrán en la mente todo lo que presentasteis. Existe el
peligro de pasar demasiado rápidamente de un punto a otro. Dense
lecciones cortas, en lenguaje claro y sencillo, y repítanse a menudo.
Los sermones cortos serán recordados mucho mejor que los largos.
Nuestros oradores deben recordar que los temas que presentan pue-
den ser nuevos para algunos de sus oyentes; por lo tanto, conviene
repasar a menudo los principales puntos.
* * * * *
La concisión
—Muchos oradores malgastan su tiempo y fuerza
en largos preliminares y excusas. Algunos emplean casi media hora
en presentar disculpas: así se pierde tiempo, y cuando llegan al tema
y tratan de fijar los puntos de la verdad en la mente de sus oyentes,
éstos están cansados y no aprecian la fuerza de los argumentos.
En vez de pedir disculpas porque va a dirigir la palabra a la con-
currencia, el predicador debe principiar como quien está convencido
de que trae un mensaje de Dios. Debe presentar los puntos esenciales
de la verdad de una manera tan clara que se destaquen como piedras
miliarias, de modo que la gente no pueda menos que verlos.
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