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La oración en público
Las oraciones ofrecidas en público deben ser cortas y directas.
Dios no requiere de nosotros que hagamos tediosos los momentos
de culto con largas peticiones. Cristo no impuso a sus discípulos
cansadoras ceremonias ni largas oraciones. “Cuando oras—dijo
él,—no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en las
sinagogas, y en los cantones de las calles en pie, para ser vistos de
los hombres.
Los fariseos tenían horas fijas para la oración; y cuando, como
acontecía a menudo, estaban afuera a la hora señalada, se detenían,
dondequiera que estuviesen, tal vez en la calle o en la plaza, en medio
de apresuradas muchedumbres de hombres, y allí recitaban en alta
voz sus oraciones formales. Un culto tal, ofrecido meramente para
la glorificación propia, atrajo la reprensión inexorable de Jesús. Sin
embargo, él no denigró la oración en público; porque él mismo oraba
con sus discípulos y con la multitud. Pero grabó en sus discípulos el
pensamiento de que sus oraciones en público debían ser cortas.
Algunos minutos son suficientes para una petición común en
público. Pueden darse casos en que la súplica esté inspirada de una
manera especial por el Espíritu de Dios. El alma anhelante llega
a sentir como una agonía, y gime en busca de Dios. El espíritu
lucha como luchó Jacob, y no quiere descansar sin haber tenido la
manifestación especial del poder de Dios. En tales ocasiones puede
ser conveniente que la súplica tenga mayor duración.
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Se ofrecen muchas oraciones tediosas, que se parecen más a
un discurso dado a Dios que a la presentación de una petición a
él dirigida. Sería mejor para los que ofrecen tales oraciones que
se limitasen a la que Cristo enseñó a sus discípulos. Las oraciones
largas son cansadoras para los que escuchan, y no preparan a la
gente para las instrucciones que han de seguir.
A menudo el hecho de que se ofrezcan largas y tediosas oracio-
nes en público se debe a que la oración secreta fué descuidada. No
Mateo 6:5
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