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Obreros Evangélicos
repasen los predicadores en sus peticiones una semana de deberes
descuidados, con la esperanza de expiar su negligencia y apaciguar
su conciencia. Las tales oraciones obran con frecuencia en detrimen-
to del nivel espiritual de los demás.
Antes de subir al púlpito, el predicador debe buscar a Dios en
su gabinete, y ponerse en íntima relación con él. Allí puede elevar
su sedienta alma a Dios, y ser refrescado por el rocío de la gracia.
Luego, con una unción del Espíritu Santo que le haga sentir preocu-
pación por las almas, no despedirá una congregaciór sin presentarle
a Jesucristo, el único refugio del pecador. Al darse cuenta de que tal
vez no vuelva a ver estos oyentes, les dirigirá llamados que alcancen
sus corazones. Y el Maestro, quien conoce los corazones de los
hombres, le dará expresión, y le ayudará a decir las palabras que
deberá hablar en el tiempo oportuno y con poder.
La reverencia en la oración
Algunos piensan que es señal de humildad orar a Dios de una
manera común, como si hablasen con un ser humano. Profanan su
nombre mezclando innecesaria e irreverentemente con sus oraciones
las palabras “Dios Todopoderoso,” palabras solemnes y sagradas,
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que no debieran salir de los labios a no ser en tonos subyugados y
con un sentimiento de reverencia.
El lenguaje grandilocuente no es apropiado en la oración, ya
sea la petición hecha en el púlpito, en el círculo de la familia o en
secreto. Especialmente aquel que ora en público debe emplear un
lenguaje sencillo, a fin de que otros puedan entender lo que dice y
unirse a la petición.
Es la sentida oración de fe la que es oída en el cielo y contestada
en la tierra. Dios entiende las necesidades de la humanidad. El sabe
lo que deseamos antes que se lo pidamos. El ve el conflicto del
alma con la duda y la tentación. Nota la sinceridad del suplicante.
Aceptará la humillación y aflicción del alma. “A aquél miraré que es
pobre y humilde de espíritu—declara,—y que tiembla a mi palabra.
Es privilegio nuestro orar con confianza, pues el Espíritu for-
mula nuestras peticiones. Con sencillez debemos presentar nuestras
necesidades al Señor, y apropiarnos de su promesa con tal fe que los
Isaías 66:2
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