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El estudio de la Biblia
Los predicadores que quieran trabajar eficazmente para la salva-
ción de almas deben ser a la vez estudiantes de la Biblia y hombres
de oración. Es un pecado para los que intentan enseñar la Palabra a
otros, descuidar su estudio. ¿No son acaso poderosas las verdades
que ellos presentan? Deben entonces presentarlas hábilmente. Sus
ideas deben ser presentadas con claridad y fuerza. Entre todos los
hombres que viven sobre la faz de la tierra, los que proclaman el
mensaje para este tiempo deben ser los que mejor comprendan la
Biblia, y conozcan cabalmente las evidencias de su fe. Aquel que
no posea el conocimiento de la Palabra de vida no tiene derecho a
intentar instruir a otros en el camino al cielo.
La Biblia es nuestra regla de fe y doctrina. No hay nada que
sea más eficaz para vivificar la mente y fortalecer el intelecto que
el estudio de la Palabra de Dios. Ningún otro libro es tan potente
para elevar los pensamientos o dar vigor a las facultades, como
las amplias y ennoblecedoras verdades de la Biblia. Si la Palabra
de Dios fuese estudiada como debiera, los hombres tendrían una
amplitud de miras, una nobleza de carácter y una estabilidad de
propósito que rara vez se ven en estos tiempos.
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Miles de hombres que ocupan el púlpito carecen de las califi-
caciones mentales y de carácter esenciales porque no se aplican al
estudio de la Biblia. Se conforman con un conocimiento superfi-
cial de las verdades de la Palabra de Dios, y prefieren experimentar
pérdida en todo sentido antes que buscar diligentemente el tesoro
escondido.
Declara el salmista: “En mi corazón he guardado tus dichos, para
no pecar contra ti.
Y Pablo escribió a Timoteo: “Toda Escritura
es inspirada divinamente y útil para enseñar, para redargüir, para
corregir, para instituir en justicia, para que el hombre de Dios sea
perfecto, enteramente instruído para toda buena obra.
Salmos 119:11
.
2 Timoteo 3:16, 17
.
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