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El Espíritu Santo
“Cuando viniere aquel Espíritu de verdad,” “redargüirá al mundo
de pecado, y de justicia, y de juicio.
La predicación de la Palabra no sirve de nada sin la presencia y
ayuda del Espíritu Santo; porque este Espíritu es el único enseña-
dor eficaz de la verdad divina. Únicamente cuando la verdad llegue
al corazón acompañada por el Espíritu, vivificará la conciencia o
transformará la vida. Puede un predicador ser capaz de presentar la
letra de la Palabra de Dios; puede estar familiarizado con todos sus
mandamientos y promesas; pero su siembra de la semilla evangélica
no tendrá éxito a menos que esta semilla sea vivificada por el rocío
celestial. Sin la cooperación del Espíritu de Dios, ninguna cantidad
de educación, ninguna ventaja, por grandes que sean, pueden hacer
de uno un conducto de luz. Antes de que se escribiera un libro del
Nuevo Testamento, antes de que se predicase un sermón evangélico
después de la ascensión de Cristo, descendió el Espíritu Santo so-
bre los discípulos mientras oraban. Después, el testimonio de sus
enemigos fué: “Habéis llenado a Jerusalén de vuestra doctrina.
Las promesas de Dios sujetas a condiciones
Cristo prometió el don del Espíritu Santo a su iglesia, y la pro-
mesa nos pertenece tanto a nosotros como a los primeros discípulos.
Pero como toda otra promesa, se da con ciertas condiciones. Son
muchos los que profesan creer y atenerse a las promesas del Señor;
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hablan de Cristo y del Espíritu Santo; mas no reciben beneficio,
porque no entregan sus almas a la dirección de los agentes divinos.
No podemos nosotros emplear el Espíritu Santo; el Espíritu es
quien nos ha de emplear a nosotros. Por medio del Espíritu, Dios obra
en su pueblo “así el querer como el hacer, por su buena voluntad.
Juan 16:13, 8
.
Hechos 5:28
.
Filipenses 2:13
.
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