El trabajo en las ciudades
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campos como en los extranjeros, presentan sus necesidades. Las
indicaciones, sí, las revelaciones positivas de la Providencia se unen
para instarnos a realizar rápidamente la obra que aguarda para ser
hecha.
El Señor desea que se conviertan hombres de dinero, y cooperen
con él para ayudar a alcanzar a otros. El desea que aquellos que pue-
dan ayudar en la obra de reforma y restauración vean la preciosa luz
de la verdad, sean transformados en carácter e inducidos a emplear
en su servicio el capital a ellos confiado. El quiere que inviertan los
recursos que les prestó en hacer bien, en abrir el camino para que el
Evangelio sea predicado a todas las clases, próximas y lejanas.
¿No apreciarán el cielo los hombres sabios del mundo? ¡Oh, sí;
encontrarán descanso y paz, y reposo de toda frivolidad, ambición y
servicio propio! Instadlos a buscar la paz, la felicidad y el gozo que
Cristo anhela otorgarles. Instadlos a prestar su atención a conseguir
el más rico don que pueda ser dado al hombre mortal, a saber el
manto de la justicia de Cristo. Cristo les ofrece una vida semejante
a la vida de Dios, y un inmenso y eterno peso de gloria. Si aceptan a
Cristo, obtendrán el honor más elevado, un honor que el mundo no
puede ni dar ni quitar. Encontrarán que en guardar los mandamientos
de Dios hay gran recompensa.
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El compasivo Redentor ordena a sus siervos que den tanto a ricos
como a pobres la invitación a la cena. Salid a los caminos y vallados,
y por vuestros esfuerzos perseverantes y resueltos, forzadlos a entrar.
Echen mano los ministros del Evangelio a estos hombres pudientes
del mundo, y tráiganlos al banquete de la verdad que Cristo ha
preparado para ellos. El que dió su vida preciosa para ellos, dice:
“Hacedlos entrar, y sentar a mi mesa, y les serviré.”
Ministros de Cristo, unios con esta clase. No la paséis por alto
como si no hubiese esperanza para ella. Trabajad con toda la persua-
sión posible, y como fruto de vuestros esfuerzos fieles, veréis en el
reino de los cielos a hombres y mujeres que serán coronados como
vencedores y cantarán el himno triunfante del vencedor. “Andarán
conmigo en vestiduras blancas—dice el Primero y el Postrero;—
porque son dignos.
Apocalipsis 3:4
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