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Obreros Evangélicos
donde nunca se los podrá ya alcanzar. Sería mejor que un predicador
no se dedicase a la obra si no puede hacerlo cabalmente.
Debe grabarse en la mente de todos los nuevos conversos la
verdad de que el conocimiento permanente puede adquirirse única-
mente por labor ferviente y estudio perseverante. Por lo común, los
que se convierten a la verdad que predicamos no han sido antes estu-
diantes diligentes de las Escrituras; porque en las iglesias populares
se realiza poco verdadero estudio de la Palabra de Dios. La gente
espera que los predicadores escudriñen las Escrituras en su lugar y
le expliquen lo que ellas enseñan.
Muchos aceptan la verdad sin cavar hondo para comprender
sus principios fundamentales; y cuando ella encuentra oposición,
se olvidan de los argumentos y pruebas que la sostienen. Han sido
inducidos a creer la verdad, pero no han sido plenamente instruidos
acerca de lo que es, ni han sido llevados de un punto a otro en el
conocimiento de Cristo. Demasiado a menudo su piedad se vuelve
formal, y cuando dejan de oír los llamamientos que los despertaron,
se quedan espiritualmente muertos. A menos que los que reciben
la verdad se conviertan cabalmente, a menos que haya un cambio
radical en la vida y el carácter, a menos que el alma se aferre a
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la Roca eterna, no soportarán la prueba. Después que los deje el
predicador, y la novedad desaparezca, la verdad perderá su poder de
encanto, y ellos no ejercerán influencia más santa que antes.
La obra de Dios no ha de hacerse al tanteo y con descuido. Cuan-
do un predicador entra en un campo, debe trabajarlo cabalmente.
No debe contentarse con su éxito hasta poder, por labor ferviente
y la bendición del Cielo, presentar al Señor conversos que tengan
un verdadero sentimiento de su responsabilidad, y que harán la obra
que les sea señalada. Si él ha instruido debidamente a los que están
bajo su cuidado, cuando se vaya a otros campos de labor, la obra no
se dispersará; quedará ligada tan firmemente que estará segura.
El predicador no tiene sanción para limitar su labor al púlpito,
dejando a sus oyentes sin la ayuda del esfuerzo personal. Debe tratar
de comprender la naturaleza de las dificultades que se presentan
en la mente de la gente. Debe hablar y orar con aquellos que están
interesados, dándoles sabias instrucciones, a fin de poder presentar