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Obreros Evangélicos
pertenezco a mí mismo; haré lo que guste con mi tiempo. Nadie
que haya dado su vida a la obra de Dios como ministro suyo, vive
para sí. Su obra consiste en seguir a Cristo, en ser un agente y
colaborador voluntario del Maestro, recibiendo su Espíritu día tras
día, y trabajando como trabajó el Salvador, sin desmayar. Es elegido
por Dios como instrumento fiel para promover la obra misionera en
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todos los países y debe considerar bien la senda en que anda.
Los que nunca llevaron la carga de semejante obra, y que suponen
que los ministros elegidos y fieles del Señor pasan una vida fácil,
deben tener presente que los centinelas de Dios están constantemente
en guardia. Su labor no se mide por horas. Cuando se les fijan los
sueldos, si hay hombres egoístas que, de viva voz o de un plumazo,
les limitan indebidamente el sueldo, cometen una gran injusticia.
Los que llevan la carga de la administración en la causa de Dios,
deben ser justos y fieles; deben obrar de acuerdo con principios
rectos. Cuando, en un tiempo de estrechez financiera, se estime que
han de reducirse los salarios, publíquese una circular para presentar
la verdadera situación, y luego pregúntese a los que están empleados
por la asociación si, en las circunstancias, no podrían mantenerse con
menos. Todos los arreglos hechos con los que están en el servicio de
Dios deben ser considerados como una transacción sagrada entre un
hombre y sus semejantes. Los hombres no tienen derecho a tratar a
los obreros como si fuesen objetos inanimados, sin voz ni expresión
propia.
* * * * *
La esposa del predicador
El ministro recibe paga por su trabajo, y así debe ser. Y si el Señor
da a la esposa, así como al esposo la carga de trabajar, y ella dedica
su tiempo y fuerza a visitar las familias y abrirles las Escrituras,
aunque las manos de la ordenación no le hayan sido impuestas, está
haciendo una obra que pertenece al ministerio. Entonces ¿deben
tenerse por inútiles sus labores?
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Se ha cometido a veces una injusticia para con mujeres que
trabajan con tanta consagración como sus esposos, y que son reco-
nocidas por Dios como necesarias para la obra del ministerio. El