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La disciplina en la iglesia
Al tratar con los miembros de la iglesia que yerran, los hijos de
Dios deben seguir cuidadosamente las instrucciones dadas por el
Salvador en el capítulo 18 de Mateo
Los seres humanos son propiedad de Cristo, comprada por él
a un precio infinito, ligada a él por el amor que él y su Padre les
manifestaron. ¡Cuán cuidadosos, pues, debemos ser en nuestro trato
mutuo! Los hombres no tienen derecho a sentir recelos acerca de sus
semejantes. Los miembros de la iglesia no tienen derecho a seguir
sus propios impulsos e inclinaciones al tratar con otros miembros
que erraron. No deben ni siquiera expresar sus prejuicios acerca de
ello; porque con ello ponen en otras mentes la levadura del mal.
Los informes desfavorables a un hermano o a una hermana en la
iglesia se comunican de uno a otro entre los miembros. Se cometen
errores e injusticias porque algunos no están dispuestos a seguir las
direcciones del Señor Jesús.
“Si tu hermano pecare contra ti—declaró Cristo,—ve, y redar-
gúyele entre ti y él solo.” No habléis del mal a otros; porque si se
cuenta a una persona, ésta lo cuenta a otra, y esta otra a otra aún;
y el relato va exagerando de continuo las cosas, y el mal aumenta,
hasta que toda la iglesia tiene que sufrir. Arréglese el asunto “entre
ti y él solo.” Tal es el plan de Dios.
“No salgas a pleito presto, no sea que no sepas qué hucer al fin,
después que tu prójimo te haya dejado confuso. Trata tu causa con
tu compañero y no descubras el secreto a otros.
No toleréis el
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pecado en vuestro hermano; pero no lo expongáis, para aumentar
la dificultad, y dar al reproche un aspecto de venganza. Corregidlo
según el modo bosquejado en la Palabra de Dios.
No permitáis que el resentimiento madure hasta convertirse en
malignidad. No dejéis que la herida se infecte, y reviente en palabras
envenenadas, que contaminarán las mentes de aquellos que las oigan.
Véase
Mateo 18:15-18
.
Proverbios 25:8, 9
.
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