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Los obreros y la cultura de la voz
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Así será glorificado el Señor. Saquen todos el mejor partido posible
del talento del habla.
Dios pide un ministerio más elevado, más perfecto. El queda
deshonrado por la pronunciación imperfecta de aquel que, mediante
esfuerzos esmerados, podría llegar a ser su portavoz aceptable. La
verdad queda demasiado a menudo desfigurada por el conducto por
el cual pasa.
El Señor invita a todos los que están relacionados con su servicio
a dedicar atención al cultivo de la voz para que puedan anunciar
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de una manera aceptable las grandes y solemnes verdades que les
confió. Nadie desfigure la verdad por una fonación defectuosa. No
supongan los que descuidaron de cultivar el talento del habla que se
hallan calificados para el ministerio; porque no han obtenido todavía
el poder de comunicar sus pensamientos.
Una enunciación distinta
Cuando habléis, sea cada palabra bien enunciada y modulada,
cada frase clara y distinta, hasta la última palabra. Son muchos los
que, al acercarse al fin de una frase, rebajan el tono de la voz, y
hablan tan confusamente que se pierde la fuerza del pensamiento.
Las palabras que vale la pena decir vale la pena pronunciarlas con
voz clara y distinta, con énfasis y expresión. Pero nunca busquéis
palabras que den la impresión de que sois sabios. Cuanto mayor sea
vuestra sencillez, tanto mejor serán comprendidas vuestras palabras.
Jóvenes y señoritas, ¿puso Dios en vuestro corazón el deseo
de servirle? Entonces, por lo que más queráis, cultivad vuestra voz
hasta el máximo de vuestra capacidad, de modo que podáis presentar
claramente a otros la preciosa verdad. No caigáis en la costumbre de
orar en tono tan indistinto y bajo que vuestras oraciones necesiten
intérprete. Orad sencillamente, pero en forma clara y comprensible.
El dejar que la voz baje hasta que no se pueda oír, no es evidencia
de humildad.
A aquellos que se proponen entrar en el servicio de Dios como
predicadores, quiero decir: Esforzaos con determinación por hablar
con perfección. Pedid a Dios que os ayude a lograr este gran objeto.
Cuando ofrezcáis oración en la congregación, recordad que os dirigís
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a Dios, y que él desea que habléis de modo que todos los presentes