Página 123 - La Oraci

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Oraciones respondidas
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oraciones. Somos tan cortos de vista y propensos a errar, que algunas
veces pedimos cosas que no serían una bendición para nosotros, y
nuestro Padre celestial contesta con amor nuestras oraciones dándo-
nos aquello que es para nuestro más alto bien, aquello que nosotros
mismos desearíamos si, alumbrados de celestial saber, pudiéramos
ver todas las cosas como realmente son. Cuando nos parezca que
nuestras oraciones no son contestadas, debemos aferrarnos a la pro-
mesa; porque el tiempo de recibir contestación seguramente vendrá
y recibiremos las bendiciones que más necesitamos. Por supuesto,
pretender que nuestras oraciones sean siempre contestadas en la
misma forma y según la cosa particular que pidamos, es presunción.
Dios es demasiado sabio para equivocarse y demasiado bueno para
negar un bien a los que andan en integridad. Así que no temáis
confiar en él, aunque no veáis la inmediata respuesta de vuestras
oraciones. Confiad en la seguridad de su promesa: “Pedid, y se os
dará”.
Si consultamos nuestras dudas y temores, o procuramos resolver
cada cosa que no veamos claramente, antes de tener fe, solamente
se acrecentarán y profundizarán las perplejidades. Mas si venimos
a Dios sintiéndonos desamparados y necesitados, como realmente
somos, si venimos con humildad y con la verdadera certidumbre de la
fe le presentamos nuestras necesidades a Aquel cuyo conocimiento
es infinito, a quien nada se le oculta y quien gobierna todas las cosas
por su voluntad y palabra, él puede y quiere atender nuestro clamor y
hacer resplandecer su luz en nuestro corazón. Por la oración sincera
nos ponemos en comunicación con la mente del Infinito. Quizá no
tengamos al instante ninguna prueba notable de que el rostro de
nuestro Redentor está inclinado hacia nosotros con compasión y
amor; sin embargo es así. No podemos sentir su toque manifiesto,
mas su mano nos sustenta con amor y piadosa ternura.
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Cuando imploramos misericordia y bendición de Dios, debe-
mos tener un espíritu de amor y perdón en nuestro propio corazón.
¿Cómo podemos orar: “Perdónanos nuestras deudas, como también
nosotros perdonamos a nuestros deudores” (
Mateo 6:12
) y abrigar,
sin embargo, un espíritu que no perdona? Si esperamos que nuestras
oraciones sean oídas, debemos perdonar a otros como esperamos ser
perdonados nosotros.