La oración privada
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No será vana la petición de los que buscan a Dios en secreto,
confiándole sus necesidades y pidiéndole ayuda. “Tu Padre que ve
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en lo secreto te recompensará en público”. Si nos asociamos diaria-
mente con Cristo, sentiremos en nuestro derredor los poderes de un
mundo invisible; y mirando a Cristo, nos asemejaremos a él. Con-
templándolo, seremos transformados. Nuestro carácter se suavizará,
se refinará y ennoblecerá para el reino celestial. El resultado seguro
de nuestra comunión con Dios será un aumento de piedad, pureza y
celo. Oraremos con inteligencia cada vez mayor. Estamos recibien-
do una educación divina, la cual se revela en una vida diligente y
fervorosa.
El alma que se vuelve a Dios en ferviente oración diaria para
pedir ayuda, apoyo y poder, tendrá aspiraciones nobles, conceptos
claros de la verdad y del deber, propósitos elevados, así como sed
y hambre insaciable de justicia. Al mantenernos en relación con
Dios, podremos derramar sobre las personas que nos rodean la luz,
la paz y la serenidad que imperan en nuestro corazón. La fuerza
obtenida al orar a Dios, sumada a los esfuerzos infatigables para
acostumbrar la mente a ser más considerada y atenta, nos prepara
para los deberes diarios, y preserva la paz del espíritu, bajo todas las
circunstancias.—
El Discurso Maestro de Jesucristo, 73, 74
.
No confundir la oración privada con la pública
Temo que algunos no presentan sus dificultades a Dios en ora-
ción particular, sino que las reservan para la reunión de oración, y
allí elevan sus oraciones de varios días. A los tales se los puede
llamar asesinos de reuniones públicas y de oración. No emiten luz;
no edifican a nadie. Sus oraciones heladas y sus largos testimonios
de apóstatas arrojan una sombra. Todos se alegran cuando han termi-
nado, y es casi imposible desechar el enfriamiento y las tinieblas que
sus oraciones y exhortaciones imparten a la reunión. Por la luz que
he recibido, entiendo que nuestras reuniones deben ser espirituales,
sociales y no demasiado largas. La reserva, el orgullo, la vanidad y
el temor del hombre deben quedar en casa. Las pequeñas diferencias
y los prejuicios no deben ir con nosotros a estas reuniones. Como
en una familia unida, la sencillez, la mansedumbre, la confianza y
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el amor deben reinar en el corazón de los hermanos y las herma-