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Las actitudes en la oración
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respeto mediante la fe, no en sí mismos, sino en un Mediador. Así
es como el hombre se mantiene seguro bajo cualquier circunstancia
en que se lo coloque. El hombre debe ponerse de rodillas, como un
súbdito de la gracia, cuando suplica ante el estrado de la misericordia.
Y puesto que recibe diariamente los dones de la mano de Dios,
siempre debería tener gratitud en el corazón y expresarla en palabras
de agradecimiento y alabanza por esos favores inmerecidos. Los
ángeles han guardado su camino durante toda su vida, y no ha visto
muchas de las trampas de las que ha sido librado. Y en vista de esa
protección y esos cuidados prestados por seres cuyos ojos nunca
dormitan ni duermen, debe reconocer en cada oración el servicio
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que Dios realiza por él.—
Mensajes Selectos 2:359-363
.
Arrodillarse para la oración induce a la reverencia
¡Quiera Dios enseñar a su pueblo a orar! Aprendan diariamente
en la escuela de Cristo los maestros de nuestras escuelas y los
predicadores de nuestras iglesias. Entonces orarán con fervor, y
sus peticiones serán oídas y contestadas. Entonces la palabra será
proclamada con poder.
Tanto en el culto en público como en privado, es privilegio
nuestro doblegar las rodillas ante el Señor cuando le ofrecemos
nuestras peticiones. Jesús, nuestro modelo, “puesto de rodillas oró”.
Acerca de sus discípulos está registrado que también oraban “puestos
de rodillas”. Pablo declaró: “Doblo mis rodillas al Padre de nuestro
Señor Jesucristo”. Al confesar ante Dios los pecados de Israel, Esdras
estaba de rodillas. Daniel “hincábase de rodillas tres veces al día, y
oraba, y confesaba delante de su Dios”.
La verdadera reverencia hacia Dios es inspirada por un senti-
miento de su grandeza infinita y de su presencia. Y cada corazón
debe quedar profundamente impresionado por este sentimiento de
lo invisible. La hora y el lugar de oración son sagrados, porque Dios
está allí; y al manifestarse la reverencia en la actitud y conducta, se
ahondará el sentimiento que inspira. “Santo y terrible es su nombre”,
declara el salmista. Los ángeles se velan el rostro cuando pronuncian
su nombre. ¡Con qué reverencia, pues, deberíamos nosotros, que
somos caídos y pecaminosos, tomarlo en los labios!