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La Oración
La oración frustra los esfuerzos más arduos de Satanás
El hombre es cautivo de Satanás, y está naturalmente inclinado a
seguir sus sugestiones y cumplir sus órdenes. No tiene en sí mismo
poder para oponer resistencia eficaz al mal. Únicamente en la medi-
da en que Cristo more en él por la fe viva, influyendo en sus deseos e
impartiéndole fuerza de lo alto, puede el hombre atreverse a arrostrar
a un enemigo tan terrible. Todo otro medio de defensa es completa-
mente vano. Es únicamente por Cristo cómo es limitado el poder de
Satanás. Esta es una verdad portentosa que todos debieran entender.
Satanás está ocupado en todo momento, yendo de aquí para allá en
la tierra, buscando a quien devorar. Pero la ferviente oración de fe
frustrará sus esfuerzos más arduos. Embrazad, pues, hermanos, “el
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escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del
maligno”.—
Joyas de los Testimonios 2:106
.
La oración nos une mutuamente y con Dios. La oración trae a
Jesús a nuestro lado, y da al alma desfalleciente y perpleja nueva
energía para vencer al mundo, a la carne y al demonio. La oración
aparta los ataques de Satanás.—
Palabras de Vida del Gran Maestro,
195
.
Debemos llevar puesta la completa armadura de Dios, y estar
listos en todo momento para sostener el conflicto con las potestades
de las tinieblas. Cuando nos asalten las tentaciones y las pruebas,
acudamos a Dios para luchar con él en oración. No dejará que
volvamos vacíos, sino que nos dará fortaleza y gracia para vencer y
quebrantar el poderío del enemigo.—
Primeros Escritos, 46
.
Satanás tiembla cuando oramos
Si Satanás ve que corre peligro de perder a un alma, hace cuanto
puede para conservarla. Y cuando la persona llega a darse cuenta del
peligro que corre, y con angustia y fervor busca fortaleza en Jesús,
Satanás teme perder un cautivo, y llama un refuerzo de sus ángeles
para rodear a la pobre alma y formar una muralla de tinieblas en
derredor de ella con el propósito de que la luz del cielo no la alcance.
Pero si el que está en peligro persevera, y en su impotencia se aferra
a los méritos de la sangre de Cristo, nuestro Salvador escucha la