Capítulo 30—El padrenuestr
“Vosotros, pues, oraréis así”—Mateo 6:9
Nuestro Salvador dio dos veces el Padrenuestro: la primera vez,
a la multitud, en el Sermón del Monte; y la segunda, algunos meses
más tarde, a los discípulos solos. Estos habían estado alejados por
corto tiempo de su Señor y, al volver, lo encontraron absorto en
comunión con Dios. Como si no percibiese la presencia de ellos,
él continuó orando en voz alta. Su rostro irradiaba un resplandor
celestial. Parecía estar en la misma presencia del Invisible; había un
poder viviente en sus palabras, como si hablara con Dios.
Los corazones de los atentos discípulos quedaron profundamente
conmovidos. Habían notado cuán a menudo dedicaba él largas horas
a la soledad, en comunión con su Padre. Pasaba los días socorriendo
a las multitudes que se aglomeraban en derredor suyo y revelando
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los arteros sofismas de los rabinos. Esta labor incesante lo dejaba
a menudo tan exhausto que su madre y sus hermanos, y aun sus
discípulos, temían que perdiera la vida. Pero cuando regresaba de
las horas de oración con que clausuraba el día de labor, notaban la
expresión de paz en su rostro, la sensación de refrigerio que parecía
irradiar de su presencia. Salía mañana tras mañana, después de las
horas pasadas con Dios, a llevar la luz de los cielos a los hombres.
Al fin habían comprendido los discípulos que había una relación
íntima entre sus horas de oración y el poder de sus palabras y hechos.
Ahora, mientras escuchaban sus súplicas, sus corazones se llenaron
de reverencia y humildad. Cuando Jesús cesó de orar, exclamaron
con una profunda convicción de su inmensa necesidad personal:
“Señor, enséñanos a orar”.
Lucas 11:1
.
Jesús no les dio una forma nueva de oración. Repitió la que les
había enseñado antes, como queriendo decir: Necesitáis comprender
lo que ya os di; tiene una profundidad de significado que no habéis
apreciado aún.
Este capítulo aparece en
El Discurso Maestro de Jesucristo, 88-103
.
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