Página 317 - La Oraci

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El padrenuestro
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paz de los cielos al corazón afligido por el pecado. Cuando vamos a
Dios, la primera condición que se nos impone es que, al recibir de él
misericordia, nos prestemos a revelar su gracia a otros.
Un requisito esencial para recibir e impartir el amor perdonador
de Dios es conocer ese amor que nos profesa y creer en él.
1 Juan
4:16
. Satanás obra mediante todo engaño a su alcance para que no
discernamos ese amor. Nos inducirá a pensar que nuestras faltas
y transgresiones han sido tan graves que el Señor no oirá nuestras
oraciones y que no nos bendecirá ni nos salvará. No podemos ver
en nosotros mismos sino flaqueza, ni cosa alguna que nos recomien-
de a Dios. Satanás nos dice que todo esfuerzo es inútil y que no
podemos remediar nuestros defectos de carácter. Cuando tratemos
de acercarnos a Dios, sugerirá el enemigo: De nada vale que ores;
¿acaso no hiciste esa maldad? ¿Acaso no has pecado contra Dios
y contra tu propia conciencia? Pero podemos decir al enemigo que
“la sangre de Jesucristo... nos limpia de todo pecado”.
1 Juan 1:7
.
Cuando sentimos que hemos pecado y no podemos orar, ese es el
momento de orar. Podemos estar avergonzados y profundamente
humillados, pero debemos orar y creer. “Palabra fiel y digna de ser
recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los
pecadores, de los cuales yo soy el primero”.
1 Timoteo 1:15
. El per-
dón, la reconciliación con Dios, no nos llegan como recompensa de
nuestras obras, ni se otorgan por méritos de hombres pecaminosos,
sino que son una dádiva que se nos concede a causa de la justicia
inmaculada de Cristo.
No debemos procurar reducir nuestra culpa hallándole excusas al
pecado. Debemos aceptar el concepto que Dios tiene del pecado, algo
muy grave en su estimación. Solamente el Calvario puede revelar la
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terrible enormidad del pecado. Nuestra culpabilidad nos aplastaría
si tuviésemos que cargarla; pero el que no cometió pecado tomó
nuestro lugar; aunque no lo merecíamos, llevó nuestra iniquidad. “Si
confesamos nuestros pecados”, Dios “es fiel y justo para perdonar
nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”.
1 Juan 1:9
. ¡Verdad
gloriosa! Él es justo con su propia ley, y es a la vez el justificador de
todos los que creen en Jesús. “¿Qué Dios como tú, que perdona la
maldad, y olvida el pecado del remanente de su heredad? No retuvo
para siempre su enojo, porque se deleita en misericordia”.
Miqueas
7:18
.