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La Oración
Jacob prevaleció, porque fue perseverante y decidido. Su expe-
riencia atestigua el poder de la oración insistente. Este es el tiempo
en que debemos aprender la lección de la oración que prevalece y
de la fe inquebrantable. Las mayores victorias de la iglesia de Cristo
o del cristiano no son las que se ganan mediante el talento o la edu-
cación, la riqueza o el favor de los hombres. Son las victorias que se
alcanzan en la cámara de audiencia con Dios, cuando la fe fervorosa
y agonizante se ase del poderoso brazo de la Omnipotencia.
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Los que no estén dispuestos a dejar todo pecado ni a buscar
seriamente la bendición de Dios, no la alcanzarán. Pero todos los
que se afirmen en las promesas de Dios como lo hizo Jacob, y sean
tan vehementes y constantes como lo fue él, alcanzarán el éxito que
él alcanzó.—
Historia de los Patriarcas y Profetas, 201, 202
.
Luchar en oración hasta alcanzar la victoria
Dios será para nosotros todo lo que le permitamos ser. Nuestras
oraciones lánguidas y sin entusiasmo no tendrán respuesta del cielo.
¡Oh, necesitamos insistir en nuestras peticiones! Pedid con fe, es-
perad con fe, recibid con fe, regocijaos con esperanza, porque todo
aquel que pide, encuentra. Seamos fervientes. Busquemos a Dios de
todo corazón. La gente empeña el alma y pone fervor en todo lo que
emprende en sus realizaciones temporales, hasta que sus esfuerzos
son coronados por el éxito. Con intenso fervor, aprended el oficio
de buscar las ricas bendiciones que Dios ha prometido, y con un
esfuerzo perseverante y decidido tendréis su luz, y su verdad, y su
rica gracia.
Clamad a Dios con sinceridad y alma hambrienta. Luchad con
los agentes celestiales hasta que obtengáis la victoria. Poned todo
vuestro ser, vuestra alma, cuerpo y espíritu en las manos del Señor,
y resolved que seréis sus instrumentos vivos y consagrados, movi-
dos por su voluntad, controlados por su mente, e imbuidos por su
Espíritu.
Contadle a Jesús con sinceridad vuestras necesidades. No se
requiere de vosotros que sostengáis una larga controversia con Dios,
o que le prediquéis un sermón, sino que, con un corazón afligido
a causa de vuestros pecados, digáis: “Sálvame, Señor, o pereceré”.
Para estas almas hay esperanza. Ellas buscarán, pedirán, golpearán