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La Oración
y angustiada, le rogó que salvase a su pueblo si éste tenía que ser
castigado. Le rogó que privase a su pueblo desagradecido del rocío
y la lluvia, los tesoros del cielo, de manera que el Israel apóstata
acudiera a sus ídolos de oro, madera y piedra, al sol, la luna y las
estrellas, en busca de rocío y lluvia, y al no obtener resultados, se
tornasen arrepentidos hacia Dios.—
The Review and Herald, 16 de
septiembre de 1873
.
Durante los largos años de sequía y hambre, Elías rogó ferviente-
mente que el corazón de Israel se tornase de la idolatría a la obedien-
cia a Dios. Pacientemente aguardaba el profeta mientras que la mano
del Señor apremiaba gravosamente la tierra castigada. Mientras veía
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multiplicarse por todos lados las manifestaciones de sufrimiento y
escasez, su corazón se agobiaba de pena y suspiraba por el poder de
provocar una presta reforma. Pero Dios mismo estaba cumpliendo
su plan, y todo lo que su siervo podía hacer era seguir orando con fe
y aguardar el momento de una acción decidida.—
Profetas y Reyes,
97
.
Elías es ejemplo de alguien que prevaleció gracias a la ora-
ción ferviente
—Debemos orar mucho en secreto. Cristo es la vid y
nosotros los sarmientos. Y si queremos crecer y fructificar, debemos
absorber continuamente savia y nutrición de la viviente Vid, porque
separados de ella no tenemos fuerza.
Pregunté al ángel por qué no había más fe y poder en Israel. Me
respondió: “Soltáis demasiado pronto el brazo del Señor. Asediad el
trono con peticiones, y persistid en ellas con firme fe. Las promesas
son seguras. Creed que vais a recibir lo que pidáis y lo recibiréis”.
Se me presentó entonces el caso de Elías, quien estaba sujeto a las
mismas pasiones que nosotros y oraba fervorosamente. Su fe soportó
la prueba. Siete veces oró al Señor y por fin vió la nubecilla. Vi que
habíamos dudado de las promesas seguras y ofendido al Salvador
con nuestra falta de fe. El ángel dijo: “Cíñete la armadura, y sobre
todo, toma el escudo de la fe que guardará tu corazón, tu misma vida,
de los dardos de fuego que lancen los malvados”. Si el enemigo logra
que los abatidos aparten sus ojos de Jesús, se miren a sí mismos
y fijen sus pensamientos en su indignidad en vez de fijarlos en los
méritos, el amor y la compasión de Jesús, los despojará del escudo
de la fe, logrará su objeto, y ellos quedarán expuestos a violentas
tentaciones. Por lo tanto, los débiles han de volver los ojos hacia