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Hombres y mujeres de oración
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porque no elevamos nuestros ruegos ante ti confiados en nuestras
justicias, sino en tus muchas misericordias. Oye, Señor; oh Señor,
perdona; presta oído, Señor, y haz: no tardes, por amor de ti mismo,
Dios mío; porque tu nombre es invocado sobre tu ciudad y sobre tu
pueblo”.
Daniel 9:18, 19
.
El hombre de Dios estaba orando por la bendición del cielo sobre
su pueblo, y por un conocimiento más claro de la voluntad divina.
La preocupación de su corazón era con respecto a Israel, que no
estaba, en el sentido más estricto de la palabra, guardando la ley
de Dios. Reconoce que todas sus desgracias habían venido como
consecuencia de sus transgresiones de la santa ley. Dice: “Hemos
pecado, hemos cometido iniquidad... Porque a causa de nuestros
pecados, y por la maldad de nuestros padres, Jerusalén y tu pueblo
son el oprobio de todos en derredor nuestro”. Los judíos habían
perdido su carácter peculiar y sagrado como pueblo escogido de
Dios. “Ahora pues, Dios nuestro, oye la oración de tu siervo, y sus
ruegos; y haz que tu rostro resplandezca sobre tu santuario asolado”.
Daniel 9:5, 16, 17
. El corazón de Daniel se vuelve con intenso
anhelo al santuario desolado de Dios. Él sabe que su prosperidad
puede ser restaurada únicamente cuando Israel se arrepienta de
sus transgresiones de la ley de Dios, y se vuelva humilde, fiel y
obediente.
Mientras se eleva la oración de Daniel, el ángel Gabriel viene
volando desde las cortes del cielo, para decirle que sus peticiones
han sido escuchadas y contestadas. El ángel poderoso ha sido co-
misionado para darle capacidad y comprensión, para abrir delante
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de él los misterios de las edades futuras. Así, mientras trata fervo-
rosamente de conocer y comprender la verdad, Daniel es puesto en
comunicación con el mensajero delegado del cielo.
En respuesta a su petición, Daniel recibió no solamente la luz y
la verdad que él y su pueblo necesitaban en gran manera, sino una vi-
sión de los grandes acontecimientos del futuro, hasta el advenimiento
del Redentor del mundo. Los que pretenden estar santificados, y sin
embargo no tienen deseo de Investigar las Escrituras, o de luchar con
Dios en oración por una comprensión más clara de la verdad bíblica,
no saben lo que es la verdadera santificación.—
La Edificación del
Carácter, 44-47
.