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Hombres y mujeres de oración
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En aquel breve momento de oración al Rey de reyes, Nehemías
cobró valor para exponer a Artajerjes su deseo de quedar por un
tiempo libre de sus deberes en la corte; y solicitó autoridad para
edificar los lugares asolados de Jerusalén, para hacer de ella nueva-
mente una ciudad fuerte y defendida. De esta petición dependían
resultados portentosos para la nación judaica. “Y—explica Nehe-
mías—otorgómelo el rey, según la benéfica mano de Jehová sobre
mí”.—
Profetas y Reyes, 466, 467
.
Dios, en su providencia, no permite que conozcamos el fin desde
el principio, sino que nos da la luz de su Palabra para guiarnos
mientras avanzamos, y nos ordena que mantengamos la mente fija en
Jesús. Doquiera estemos, cualquiera sea nuestra ocupación, debemos
elevar el corazón a Dios en oración.
Esto es ser constantes en la oración. No necesitamos esperar
hasta que podamos arrodillarnos antes de que oremos. En una oca-
sión, cuando Nehemías se presentó ante el rey, éste le preguntó
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por qué parecía tan triste y qué pedido tenía para presentarle. Pero
Nehemías no se atrevió a responder inmediatamente. Estaban en
juego importantes intereses. La suerte de una nación dependía de la
impresión que entonces se hiciera en la mente del monarca, y en ese
mismo instante Nehemías elevó una oración al Dios del cielo antes
de atreverse a responder al rey. El resultado fue que obtuvo todo lo
que pidió o aun deseó.—
Comentario Bíblico Adventista 3:1154
.
No hay tiempo o lugar en que sea impropio orar a Dios. No
hay nada que pueda impedirnos elevar nuestro corazón en ferviente
oración. En medio de las multitudes y del afán de nuestros negocios,
podemos ofrecer a Dios nuestras peticiones e implorar la divina
dirección, como lo hizo Nehemías cuando hizo la petición delante
del rey Artajerjes. En dondequiera que estemos podemos estar en
comunión con él. Debemos tener abierta continuamente la puerta
del corazón, e invitar siempre a Jesús a venir y morar en el alma
como huésped celestial.
Aunque estemos rodeados de una atmósfera corrompida y man-
chada, no necesitamos respirar sus miasmas, antes bien podemos
vivir en la atmósfera limpia del cielo. Podemos cerrar la entrada a
toda imaginación impura y a todo pensamiento perverso, elevando
el alma a Dios mediante la oración sincera. Aquellos cuyo corazón
esté abierto para recibir el apoyo y la bendición de Dios, andarán