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La Oración
No pasemos por alto nuestras obligaciones hacia Dios al es-
forzarnos por atender la comodidad y felicidad de los huéspedes.
Ninguna consideración debería hacernos desatender la hora de la
oración. No habléis ni os entretengáis con otras cosas hasta el punto
de estar todos demasiado cansados para gozar de un momento de
devoción. Hacer esto es presentar a Dios una ofrenda imperfecta.
Deberíamos presentar nuestras súplicas y elevar nuestras voces en
alabanza feliz y agradecida, a una hora temprana de la noche, cuando
podamos orar sin prisa e inteligentemente.
Vean todos los que visitan un hogar cristiano que la hora de
la oración es la más preciosa, la más sagrada y la más feliz del
día. Estos momentos de devoción ejercen una influencia refinadora,
elevadora sobre todos los que participan de ellos. Producen un
descanso y una paz gratos al espíritu.—
Conducción del Niño, 492,
493
.
La oración diaria debe ascender ante Dios como un incienso
dulce
—La vida de Abrahán, el amigo de Dios, fue una vida de
oración. Dondequiera que levantase su tienda, construía un altar
sobre el cual ofrecía sacrificios mañana y noche. Cuando él se iba, el
altar permanecía. Y al pasar cerca de dicho altar el nómada cananeo,
sabía quién había posado allí. Después de haber levantado también
su tienda, reparaba el altar y adoraba al Dios vivo.
Así es como el hogar cristiano debe ser: una luz en el mundo.
De él, mañana y noche, la oración debe elevarse hacia Dios como el
humo del incienso. En recompensa, la misericordia y las bendicio-
nes divinas descenderán como el rocío matutino sobre los que las
imploran.
Padres y madres, cada mañana y cada noche, juntada vuestros
hijos alrededor vuestro, y elevad vuestros corazones a Dios por
humildes súplicas. Vuestros amados están expuestos a la tentación.
Hay dificultades cotidianas sembradas en el camino de los jóvenes y
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de sus mayores. Los que quieran vivir con paciencia, amor y gozo
deben orar. Será únicamente obteniendo la ayuda constante de Dios
como podremos obtener la victoria sobre nosotros mismos.
Cada mañana consagraos a Dios con vuestros hijos. No contéis
con los meses ni los años; no os pertenecen. Sólo el día presente es
vuestro. Durante sus horas, trabajad por el Maestro, como si fuese
vuestro último día en la tierra. Presentad todos vuestro planes a