Página 19 - La Oraci

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Dios nos invita a orar
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La senda de la sinceridad e integridad no es una senda libre de
obstrucción, pero en toda dificultad hemos de ver una invitación
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a orar. Ningún ser viviente tiene poder que no haya recibido de
Dios, y la fuente de donde proviene está abierta para el ser humano
más débil. “Todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre—dijo
Jesús—esto haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si
algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré”.
“En mi nombre”, ordenó Cristo a sus discípulos que orasen. En
el nombre de Cristo han de permanecer siguiéndole delante de Dios.
Por el valor del sacrificio hecho por ellos, son estimables a los ojos
del Señor. A causa de la imputada justicia de Cristo son tenidos por
preciosos. Por causa de Cristo, el Señor perdona a los que le temen.
No ve en ellos la vileza del pecador. Reconoce en ellos la semejanza
de su Hijo en quien creen.—
El Deseado de Todas las Gentes, 620,
621
.
Los ángeles toman nota de nuestras oraciones e influyen pa-
ra nuestro bien
—Cuando os levantáis por la mañana, ¿sentís vues-
tra impotencia y vuestra necesidad de fuerza divina? ¿Y dais a cono-
cer humildemente, de todo corazón, vuestras necesidades a vuestro
Padre celestial? En tal caso, los ángeles notan vuestras oraciones, y
si éstas no han salido de labios fingidores, cuando estéis en peligro
de pecar inconscientemente y de ejercer una influencia que induciría
a otros a hacer el mal, vuestro ángel custodio estará a vuestro lado,
para induciros a seguir una conducta mejor, escoger las palabras que
habéis de pronunciar, y para influir en vuestras acciones.
Si no os consideráis en peligro y si no oráis por ayuda y fortaleza
para resistir las tentaciones, os extraviaréis seguramente; vuestro
descuido del deber quedará anotado en el libro de Dios en el cielo, y
seréis hallados faltos en el día de prueba.—
Joyas de los Testimonios
1:347, 348
.
Como Moisés, podemos disfrutar la comunión íntima con
Dios
—Esa mano que hizo el mundo, que sostiene las montañas en
sus lugares, toma a este hombre del polvo, este hombre de poderosa
fe; y, misericordiosa, lo oculta en la hendidura de la peña, mientras
la gloria de Dios y toda su benignidad pasan delante de él. ¿Pode-
mos asombrarnos de que “la magnífica gloria” resplandecía en el
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rostro de Moisés con tanto brillo que la gente no le podía mirar? La