Página 20 - La Oraci

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La Oración
impresión de Dios estaba sobre él, haciéndole aparecer como uno
de los resplandecientes ángeles del trono.
Este incidente, y sobre todo la seguridad de que Dios oiría su
oración, y de que la presencia divina lo acompañaría, eran de más
valor para Moisés como caudillo que el saber de Egipto, o todo lo
que alcanzara en la ciencia militar. Ningún poder, habilidad o saber
terrenales pueden reemplazar la inmediata presencia de Dios. En
la historia de Moisés podemos ver cuán íntima comunión con Dios
puede gozar el hombre. Para el transgresor es algo terrible caer en
las manos del Dios viviente. Pero Moisés no tenía miedo de estar a
solas con el Autor de aquella ley que había sido pronunciada con tan
pavorosa sublimidad desde el monte Sinaí; porque su alma estaba
en armonía con la voluntad de su Hacedor.
Orar es el acto de abrir el corazón a Dios como a un amigo. El ojo
de la fe discernirá a Dios muy cerca, y el suplicante puede obtener
preciosa evidencia del amor y del cuidado que Dios manifiesta por
él.—
Testimonios Selectos 3:384, 385
.
Oremos con santa audacia
—“Si permanecéis en mí, y mis pa-
labras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será
hecho”. Presentad esta promesa cuando oráis. Tenemos el privilegio
de ir ante Dios con santa osadía. Si le pedimos con sinceridad que ha-
ga brillar su luz sobre nosotros, nos oirá y contestará.—
Conducción
del Niño, 472
.
El cielo está abierto a nuestras peticiones y se nos invita a ir
“confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y
hallar gracia para el oportuno socorro”.
Hebreos 4:16
. Debemos
ir con fe, creyendo que obtendremos exactamente las cosas que le
pedimos.—
En los Lugares Celestiales, 80
.
Pidamos por las necesidades
—Toda promesa de la Palabra de
Dios viene a ser un motivo para orar, pues su cumplimiento nos es
garantizado por la palabra empleada por Jehová. Tenemos el pri-
vilegio de pedir por medio de Jesús cualquier bendición espiritual
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que necesitemos. Podemos decir al Señor exactamente lo que nece-
sitamos, con la sencillez de un niño. Podemos exponerle nuestros
asuntos temporales, y suplicarle pan y ropa, así como el pan de vida
y el manto de la justicia de Cristo. Nuestro Padre celestial sabe que
necesitamos todas estas cosas, y nos invita a pedírselas. En el nom-
bre de Jesús es como se recibe todo favor. Dios honrará ese nombre y