Satanás y la oración
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infinito con el esfuerzo de seres finitos, de manera que éstos resulten
más que victoriosos en la batalla contra el enemigo de sus almas.
Que nadie se desanime, porque Jesús vive para interceder por
nosotros. Hay un cielo que ganar y un infierno que escapar, y Cristo
está interesado en nuestro bienestar. El ayudará a todos aquellos
que lo invocan. Debemos mezclar fe en todas nuestras oraciones.
No podemos bajar a Cristo, pero, por la fe, podemos elevarnos a la
unidad y la armonía con la perfecta norma de justicia. Tenemos un
enemigo astuto que enfrentar y conquistar, pero podemos hacerlo
en el nombre del Todopoderoso.—
The Review and Herald, 30 de
octubre de 1888
.
No deje que las sugestiones satánicas le impidan orar
—No
debemos sentirnos tan abrumados por el pensamiento de nuestros
pecados y errores que dejemos de orar. Algunos se dan cuenta de
su gran debilidad y pecado, y se desaniman. Satanás echa su oscura
sombra entre ellos y el Señor Jesús, su sacrificio expiatorio. Ellos
dicen: Es inútil que yo ore. Mis oraciones están tan mezcladas con
malos pensamientos que el Señor no las oirá.
Estas sugestiones son de Satanás. En su humanidad Cristo en-
frentó y resistió esta tentación, y sabe cómo socorrer a los que así
son tentados. En nuestro favor ofreció “ruegos y súplicas con gran
clamor y lágrimas”.
Hebreos 5:7
.
Muchos, no advirtiendo que sus dudas vienen de Satanás, se apo-
can y son derrotados en la lucha. No dejéis de orar porque tengáis
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malos pensamientos. Si por nuestro propio saber pudiéramos orar
rectamente, también podríamos vivir rectamente y no necesitaría-
mos un sacrificio expiatorio. Pero la imperfección está sobre toda
la humanidad. Educad y ejercitad vuestra mente para que podáis
con sencillez contarle al Señor lo que necesitáis. Al ofrecer vuestras
peticiones a Dios en demanda de perdón por el pecado, una atmós-
fera más pura y más santa rodeará vuestra alma.—
En Los Lugares
Celestiales, 78
.
La oración trastorna los esfuerzos más vigorosos de Sata-
nás
—El hombre es cautivo de Satanás, y está naturalmente incli-
nado a seguir sus sugestiones y cumplir sus órdenes. No tiene en
sí mismo poder para oponer resistencia eficaz al mal. Únicamente
en la medida en que Cristo more en él por la fe viva, influyendo
en sus deseos e impartiéndole fuerza de lo alto, puede el hombre