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La Oración
de este pan, vivirá para siempre” (vers. 51). Nuestro Salvador es el
pan de vida; cuando miramos su amor y lo recibimos en el alma,
comemos el pan que desciende del cielo.
Recibimos a Cristo por su Palabra, y se nos da el Espíritu Santo
para abrir la Palabra de Dios a nuestro entendimiento y hacer penetrar
sus verdades en nuestro corazón. Hemos de orar día tras día para
que, mientras leemos su Palabra, Dios nos envíe su Espíritu con el
fin de revelarnos la verdad que fortalecerá nuestras almas para las
necesidades del día.
Al enseñarnos a pedir cada día lo que necesitamos, tanto las
bendiciones temporales como las espirituales, Dios desea alcanzar
un propósito para beneficio nuestro. Quiere que sintamos cuánto
dependemos de su cuidado constante, porque procura atraernos a
una comunión íntima con él. En esta comunión con Cristo, mediante
la oración y el estudio de las verdades grandes y preciosas de su
Palabra, seremos alimentados como almas con hambre; como almas
sedientas seremos refrescados en la fuente de la vida.
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“Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdona-
mos a nuestros. deudores”
.
Mateo 6:12
.
Jesús enseña que podemos recibir el perdón de Dios solamente
en la medida en que nosotros mismos perdonamos a los demás. El
amor de Dios es lo que nos atrae a él. Ese amor no puede afectar
nuestros corazones sin despertar amor hacia nuestros hermanos.
Al terminar el Padrenuestro, añadió Jesús: “Porque si perdonáis
a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro
Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas,
tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas”.
Mateo 6:14
.
El que no perdona suprime el único conducto por el cual puede
recibir la misericordia de Dios. No debemos pensar que, a menos
que confiesen su culpa los que nos han hecho daño, tenemos razón
para no perdonarlos. Sin duda, es su deber humillar sus corazones
por el arrepentimiento y la confesión; pero hemos de tener un espíritu
compasivo hacia los que han pecado contra nosotros, confiesen o no
sus faltas. Por mucho que nos hayan ofendido, no debemos pensar
de continuo en los agravios que hemos sufrido ni compadecernos
de nosotros mismos por los daños. Así como esperamos que Dios
nos perdone nuestras ofensas, debemos perdonar a todos los que nos
han hecho mal.