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El padrenuestro
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Pero el perdón tiene un significado más abarcante del que mu-
chos suponen. Cuando Dios promete que “será amplio en perdonar”,
añade, como si el alcance de esa promesa fuera más de lo que
pudiéramos entender: “Porque mis pensamientos no son vuestros
pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Co-
mo son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más
altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros
pensamientos”.
Isaías 55:7-9
. El perdón de Dios no es solamente un
acto judicial por el cual nos libra de la condenación. No es sólo el
perdón por el pecado. Es también una redención del pecado. Es la
efusión del amor redentor que transforma el corazón. David tenía el
verdadero concepto del perdón cuando oró “Crea en mí, oh Dios, un
corazón limpio y renueva un espíritu recto dentro de mí”.
Salmos
51:10
. También dijo: “Cuanto está lejos el oriente del occidente,
hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones”.
Salmos 103:12
.
Dios se dio a sí mismo en Cristo por nuestros pecados. Sufrió la
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muerte cruel de la cruz; llevó por nosotros el peso del pecado, “el
justo por los injustos”, para revelarnos su amor y atraernos hacia
él. “Antes—dice—sed benignos unos con otros, misericordiosos,
perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a voso-
tros en Cristo”.
Efesios 4:32
. Dejad que more en vosotros Cristo,
la Vida divina, y que por medio de vosotros revele el amor nacido
en el cielo, el cual inspirará esperanza a los desesperados y traerá la
paz de los cielos al corazón afligido por el pecado. Cuando vamos a
Dios, la primera condición que se nos impone es que, al recibir de él
misericordia, nos prestemos a revelar su gracia a otros.
Un requisito esencial para recibir e impartir el amor perdonador
de Dios es conocer ese amor que nos profesa y creer en él.
1 Juan
4:16
. Satanás obra mediante todo engaño a su alcance para que no
discernamos ese amor. Nos inducirá a pensar que nuestras faltas
y transgresiones han sido tan graves que el Señor no oirá nuestras
oraciones y que no nos bendecirá ni nos salvará. No podemos ver
en nosotros mismos sino flaqueza, ni cosa alguna que nos recomien-
de a Dios. Satanás nos dice que todo esfuerzo es inútil y que no
podemos remediar nuestros defectos de carácter. Cuando tratemos
de acercarnos a Dios, sugerirá el enemigo: De nada vale que ores;
¿acaso no hiciste esa maldad? ¿Acaso no has pecado contra Dios
y contra tu propia conciencia? Pero podemos decir al enemigo que