Página 39 - La Oraci

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Dios escucha las oraciones
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Hasta entonces los discípulos no conocían los recursos y el poder
ilimitado del Salvador. Él les dijo: “Hasta ahora nada habéis pedido
en mi nombre”. Explicó que el secreto de su éxito consistiría en
pedir fuerza y gracia en su nombre. Estaría delante del Padre para
pedir por ellos. La oración del humilde suplicante es presentada por
él como su propio deseo en favor de aquella alma. Cada oración
sincera es oída en el cielo. Tal vez no sea expresada con fluidez; pero
si procede del corazón ascenderá al santuario donde Jesús ministra,
y él la presentará al Padre sin balbuceos, hermosa y fragante con el
incienso de su propia perfección.
La senda de la sinceridad e integridad no es una senda libre de
obstrucción, pero en toda dificultad hemos de ver una invitación a
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orar. Ningún ser viviente tiene poder que no haya recibido de Dios,
y la fuente de donde proviene está abierta para el ser humano más
débil. “Todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre—dijo Jesús—
, esto haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo
pidiereis en mi nombre, yo lo hare”.
“En mi nombre”, ordenó Cristo a sus discípulos que orasen. En
el nombre de Cristo han de permanecer sus seguidores delante de
Dios. Por el valor del sacrificio hecho por ellos, son estimables a
los ojos del Señor. A causa de la imputada justicia de Cristo, son
tenidos por preciosos. Por causa de Cristo, el Señor perdona a los
que le temen. No ve en ellos la vileza del pecador. Reconoce en ellos
la semejanza de su Hijo en quien creen.—
El Deseado de Todas las
Gentes, 620, 621
.
Ninguna oración sincera se pierde
—Haced vuestras peticio-
nes a vuestro Hacedor. Nunca es rechazado nadie que acuda a él con
corazón contrito. Ninguna oración sincera se pierde. En medio de
las antífonas del coro celestial, Dios oye los clamores del más débil
de los seres humanos. Derramamos los deseos de nuestro corazón en
nuestra cámara secreta, expresamos una oración mientras andamos
por el camino, y nuestras palabras llegan al trono del Monarca del
universo. Pueden ser inaudibles para todo oído humano, pero no
morirán en el silencio, ni serán olvidadas a causa de las actividades
y ocupaciones que se efectúan. Nada puede ahogar el deseo del
alma. Éste se eleva por encima del ruido de la calle, por encima de
la confusión de la multitud, y llega a las cortes del cielo. Es a Dios a