La oración que vence
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todo, toma el escudo de la fe que guardará tu corazón, tu misma vida,
de los dardos de fuego que lancen los malvados”. Si el enemigo lo-
gra que los abatidos aparten sus ojos de Jesús, se miren a sí mismos
y fijen sus pensamientos en su indignidad en vez de fijarlos en los
méritos, el amor y la compasión de Jesús, los despojará del escudo
de la fe, logrará su objeto, y ellos quedarán expuestos a violentas
tentaciones. Por lo tanto, los débiles han de volver los ojos hacia
Jesús y creer en él. Entonces ejercitarán la fe.—
Primeros Escritos,
73
.
Persista incansablemente en la oración
—Cuando con fervor
e intensidad el creyente expresa una oración a Dios (Jesucristo es el
único nombre dado bajo el cielo por el cuál somos salvos), hay en
esa misma intensidad y fervor un voto de Dios que nos asegura que
él está por contestar nuestra oración mucho más abundantemente
de lo que pedimos o entendemos. No solamente debemos orar en el
nombre de Cristo, sino por la inspiración y motivación del Espíritu
Santo. Esto explica lo que significa el pasaje que dice: “el Espíritu
mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles”.
Romanos
8:26
. Las peticiones deben ofrecerse con fe ferviente. Entonces
llegarán al propiciatorio. Persistamos incansablemente en la oración.
Dios no dice: Orad una vez y os contestaré. Su palabra es: Orad,
sed constantes en la oración, creyendo que lo que hayáis pedido,
recibiréis; yo os contestaré.—
The Gospel Herald, 28 de mayo de
1902
.
[74]
Se necesita una oración ferviente y sincera, no débil y sin co-
razón
—Se necesita la oración: oración diligentísima, ferventísima,
agonizante; una oración como la que ofreció David cuando exclamó:
“Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por
ti, oh Dios, el alma mía”. “Yo he anhelado tus mandamientos”. “He
deseado tu salvación”. “Anhela mi alma y aun ardientemente desea
los atrios de Jehová; mi corazón y mi carne cantan al Dios vivo”.
“Quebrantada está mi alma de desear tus juicios en todo tiempo”.
Salmos 42:1
;
119:40, 174
;
84:2
;
119:20
. Este es el espíritu de la
oración de lucha, como lo tenía el rey salmista.
Daniel oró a Dios, sin ensalzarse a sí mismo ni pretender bon-
dad alguna: “Oye, Señor; oh Señor, perdona; presta oído, Señor, y
haz; no pongas dilación, por amor a ti mismo, Dios mío”. Esto es
lo que Santiago llama la oración eficaz y ferviente. De Cristo se