Página 119 - Primeros Escritos (1962)

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El orden evangélico
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hermanos los oyen orar bien y dar una exhortación conmovedora
de vez en cuando, se los insta a que entren en el campo, a fin de
dedicarse a una obra para la cual Dios no los ha preparado y para la
cual no tienen suficiente experiencia ni juicio. Manifiestan orgullo
espiritual, o se ensalzan y actúan bajo el engañoso pensamiento de
que son obreros. No se conocen a sí mismos. Carecen de juicio
sano y paciente raciocinio, hablan con jactancia de sí mismos, y
aseveran muchas cosas que no pueden probar por la Palabra. Dios
sabe esto; y por lo tanto no llama a los tales a trabajar en estos
tiempos peligrosos, y los hermanos deben tener cuidado, no sea que
impulsen a entrar en el campo a quienes no fueron llamados por él.
Aquellos hombres a quienes Dios no llamó son generalmente
los que manifiestan mayor confianza de que han sido llamados y que
sus labores son muy importantes. Entran en el campo y no ejercen
generalmente una buena influencia. Sin embargo, en algunos lugares
tienen cierta medida de éxito, y esto los induce a ellos y a otros a
pensar que han sido llamados seguramente por Dios. El hecho de que
tengan cierto éxito no es una evidencia positiva de que hayan sido
llamados por Dios; pues los ángeles de Dios están ahora influyendo
en los corazones de sus hijos sinceros para iluminar su entendimiento
en cuanto a la verdad presente, a fin de que la acepten y la vivan.
Y aun cuando hombres que se enviaron a sí mismos se coloquen
donde Dios no los puso y profesen ser maestros, y haya almas que
acepten la verdad al oírlos hablar de ella, esto no es evidencia de
que fueron llamados por Dios. Las almas que reciben la verdad
por su intermedio serán luego sometidas a pruebas y servidumbre,
porque descubrirán más tarde que estos hombres no andan conforme
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al consejo de Dios. Aun cuando hombres perversos hablen de la
verdad, puede ser que algunos la reciban; pero esto no aumenta el
favor de Dios hacia aquellos que hablaron. Los hombres que son
impíos siguen siendo impíos, y su castigo será según el engaño que
practicaron para con los amados de Dios, y según la confusión que
introdujeron en la iglesia; sus pecados no permanecerán cubiertos,
sino que serán expuestos en el día de la ira de Dios.
Estos mensajeros enviados por sí mismos son una maldición
para la causa. Algunas almas sinceras cifran su confianza en ellos,
pensando que actúan de acuerdo con el consejo de Dios y que
están en unión con la iglesia; y más tarde les permiten administrar