Página 120 - Primeros Escritos (1962)

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Primeros Escritos
los ritos, y, al serles demostrado claramente que deben hacer sus
primeras obras, se dejan bautizar por ellos. Pero cuando llega la luz,
como ha de llegar seguramente, y comprenden que estos hombres
no son lo que ellas creían que eran, a saber, mensajeros llamados y
escogidos por Dios, quedan sumidas en pruebas y dudas en cuanto
a la verdad que recibieron, y sienten que deben aprenderlo todo de
nuevo. Las acosa la perplejidad y el enemigo las perturba acerca de
toda su experiencia. Se preguntan si Dios las condujo o no, y no
están satisfechas hasta que se las vuelva a bautizar y comiencen de
nuevo. Para el ánimo de los mensajeros de Dios es más agobiador
que entrar en campos nuevos el ir a lugares donde los que estuvieron
antes ejercieron mala influencia. Los siervos de Dios tienen que
actuar con sencillez y franqueza, y no encubrir el mal proceder;
porque están entre los vivos y los muertos, y tendrán que dar cuenta
de su fidelidad, de su misión y de la influencia que ejercen sobre la
grey de la cual el Señor los hizo sobreveedores.
Los que reciben la verdad y son puestos en tales pruebas habrían
recibido la verdad igualmente si esos hombres se hubiesen manteni-
do alejados, ocupando el lugar humilde que el Señor les designaba.
El ojo de Dios velaba sobre sus joyas, y habría dirigido hacia ellas
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sus mensajeros llamados y escogidos, hombres que habrían obrado
comprensivamente. La luz de la verdad habría brillado ante estas
almas, les habría descubierto su verdadera posición, y ellas habrían
recibido la verdad con el entendimiento y habrían sido satisfechas
con su belleza y claridad. Y al sentir sus efectos poderosos, habrían
sido fuertes y derramado una influencia santa.
Nuevamente me fué mostrado el peligro de aquellos que viajan
sin que Dios los haya llamado. Si tienen algún éxito, se sentirá su
falta de cualidades. Tomarán medidas carentes de juicio, y por la falta
de sabiduría algunas almas preciosas serán alejadas hasta el punto
de que ya nunca podrá alcanzárselas. Vi que la iglesia debe sentir
su responsabilidad y averiguar con cuidado y atención la vida, las
cualidades y la conducta general de aquellos que profesan enseñar.
Si no dan evidencias inequívocas de que Dios los ha llamado, y de
que el “ay” pesa sobre ellos si no escuchan este llamamiento, es
deber de la iglesia actuar y hacer saber que estas personas no son
reconocidas por la iglesia como maestros. Tal es la única conducta