Página 122 - Primeros Escritos (1962)

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Primeros Escritos
su conducta mientras estaban en tales errores, se deshonraron y
trajeron oprobio sobre la causa de la verdad.
Véase el Apéndice.
Aunque se consideren libres del error y competentes para enseñar
este último mensaje, Dios no los aceptará. No confiará preciosas
almas a su cuidado; porque su juicio se pervirtió mientras estaban
en el error y está ahora debilitado. El Grande y Santo es un Dios
celoso, y quiere que su verdad sea proclamada por hombres santos.
La santa ley promulgada por Dios desde el Sinaí es parte de él
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mismo, y únicamente hombres santos que la observen estrictamente
le honrarán enseñándola a otros.
Los siervos de Dios que enseñan la verdad deben ser hombres
de juicio. Deben ser hombres que puedan soportar la oposición sin
excitarse; porque los que se oponen a la verdad atacarán a los que
la enseñan, y presentarán contra ella toda objeción que pueda pre-
sentarse, y lo harán en la peor forma posible. Los siervos de Dios
que llevan el mensaje deben estar preparados para eliminar estas
objeciones con calma y mansedumbre, mediante la luz de la verdad.
Con frecuencia los opositores hablan a los ministros de Dios de una
manera provocativa, para hacerles manifestar el mismo espíritu a
fin de sacar ventaja de ello y declarar a otros que los maestros de
los mandamientos tienen espíritu acerbo y duro, como se divulgó.
Vi que debemos estar preparados para las objeciones, y con pacien-
cia, criterio y mansedumbre, reconocerles el peso que merecen, sin
desecharlas o eliminarlas con asertos positivos ni avergonzar luego
al que las presentó ni manifestar espíritu duro para con él. Dese más
bien a las objeciones su peso, y luego preséntese la luz y el poder
de la verdad, para que su peso venza y elimine los errores. De esta
manera se creará una buena impresión, y los opositores sinceros
reconocerán que estaban equivocados y que los observadores de los
mandamientos no son lo que se los acusó de ser.
Los que profesan ser siervos del Dios viviente deben estar dis-
puestos a ser siervos de todos, en vez de creerse exaltados sobre
los hermanos, y deben poseer un espíritu bondadoso y cortés. Si
llegan a errar, deben estar dispuestos a confesarlo cabalmente. La
sinceridad de las intenciones no puede usarse como excusa por no
confesar los errores. La confesión no reduciría la confianza de la
iglesia en el mensajero, mientras que él daría un buen ejemplo; se
alentaría un espíritu de confesión en la iglesia, y el resultado sería